Narrador Omnisciente
—Señorita, ya le dije que no la puedo dejar entrar, es una orden directamente desde presidencia. —la recepcionista se interpuso en la puerta impidiéndole el paso a Rosalía, que todavía sostenía el regalo entre las manos.
La rubia sonrió fingiendo cordialidad, aunque sus ojos delataban un brillo inquietante.
—Pero si soy la hermana del presidente de esta compañía, no puede impedirme el paso, voy a seguir.
La mujer, decidida, apoyó sus brazos en cada borde de la puerta y la miró directamente a los ojos.
—No haga que llame a seguridad, señora Rosalía, usted no puede entrar a esta compañía.
La paciencia de Rosalía se quebró. Tomó la caja con una mano y con la otra empujó con brusquedad a la recepcionista.
—¡No sea ridícula! ¿Acaso usted no sabe quién soy yo? ¡Soy una Feldman, y tengo derechos sobre esta compañía! —sus palabras se rompieron en un grito desesperado—. ¡Y la voy a hacer volar! Si es que no me dejan entrar.
Entonces, abrió la caja de regalo como si fu