CAPÍTULO 17. La jaula dorada.
Valentina empuja la puerta del despacho sin molestarse en tocar. Ya no le importa si eso lo enfurece. Lleva días encerrada entre esas cuatro paredes lujosas, sintiéndose como un adorno en una vitrina que nadie mira.
Alejandro levanta la vista de unos papeles. Su ceño se frunce de inmediato.
—¿Es que nadie te ha enseñado que se toca la puerta antes de entrar?
—Necesito hablar contigo —responde ella sin rodeos, avanzando unos pasos hacia el escritorio.
—No tengo tiempo —dice él sin mirarla, volviendo su atención a los documentos.
—¡Pues hazlo! —exclama ella, con la voz a punto de quebrarse—. Me estoy volviendo loca, Alejandro. No tengo nada que hacer en esta casa, nada que me distraiga, nadie con quién hablar. ¿Te parece normal que me trates como a una prisionera? Al menos déjame salir, o ver a mi padre. Ya salió de la clínica...
Él la observa con una sonrisa ladeada, cargada de sarcasmo.
—Qué curioso… aún no me has dado las gracias por haber pagado su tratamiento y la clínica.
Valentin