CAPÍTULO 28.
El sol aún no ha alcanzado su punto más alto cuando el auto negro se detiene frente a la entrada principal de la mansión. Valentina desciende por las escaleras con paso firme, aunque cada latido de su corazón parece retumbar en los oídos. Lleva un vestido color vino oscuro que se ciñe a su figura con elegancia, sencillo pero provocador sin proponérselo. Su cabello cae en ondas suaves sobre los hombros, y sus labios, apenas teñidos de rojo, le dan un aire de determinación.
Alejandro la espera junto al coche, hablando por teléfono. Viste de traje oscuro, impecable como siempre, con los lentes de sol colgando del bolsillo de su chaqueta. Cuando la ve acercarse, interrumpe la llamada sin dudar. Sus ojos recorren a Valentina de arriba abajo, sin disimulo. No dice nada, pero su expresión se tensa por un segundo, como si algo en su interior se descolocara.
Valentina también lo siente. Ese instante eléctrico en el que sus miradas se cruzan, donde el aire parece cambiar de densidad. Una tensió