CAPÍTULO 23. No me vas a romper.
Valentina entra cojeando con dificultad a su habitación, usando las muletas. Apenas logra llegar hasta la cama, se deja caer con un suspiro de agotamiento. Con un gesto de rabia, lanza las muletas al suelo y comienza a llorar.
—¡Oh, por Dios! No puedo más —solloza con la voz quebrada—. ¿Hay alguien? ¡Necesito ayuda!
Toma el control remoto y presiona el botón para llamar a una enfermera. Espera… nada. Vuelve a presionar. Nadie acude al llamado.
—¡Valentina! ¿Estás bien? —Ana entra apresurada, preocupada.
—No… Llamé a las enfermeras, pero nadie contesta.
—El señor… las despidió a todas. No queda ninguna.
—¿¡Qué!? ¿Está loco? ¡Es un malvado! ¡Una bestia!
Hace una pausa, respira hondo, y aprieta los dientes con rabia contenida.
—Pero no va a disfrutar viéndome así. No le voy a dar el gusto. Me voy a defender como pueda. Y aunque el dolor me parta por dentro…¡No va a verme caer!
Ana se acerca con ternura, se sienta junto a ella y le toma la mano:
—No estás sola, Valentina. Yo estoy aquí. ¿