CAPÍTULO 26. Un secreto que arde.
Ana aparece en el umbral como un fantasma.
—¡Señorita Valentina! —exclama, sorprendida—. Usted no debe estar aquí…
Valentina se queda helada, con las cartas aún entre las manos. La caja abierta sobre el escritorio parece gritar su culpa.
—Lo sé… yo solo… entré por curiosidad —balbucea, sin dejar de mirar los papeles.
Ana da un paso dentro, cierra la puerta tras de sí con urgencia.
—Tiene que salir. Ya. Si el señor Alejandro la encuentra aquí…
Un ruido sordo las interrumpe. El motor de un auto se detiene frente a la casa. Ambas se quedan en silencio. El corazón de Valentina retumba como un tambor.
Ana corre hacia la ventana, levanta un poco la persiana.
—Es él. ¡El señor está aquí! —dice en un susurro histérico—. Tiene que irse, señorita. ¡Ahora!
Valentina asiente rápidamente, pero en lugar de dejarlo todo como estaba, cierra la caja con brusquedad y la aprieta contra su pecho.
—No voy a dejarla aquí —murmura.
—¡Está loca! Si él se entera…
Pero ya es tarde. Valentina sale del des