CAPÍTULO 22. Venganza retorcida.
—Giovanni, sei il mio vizio —susurra Luciana entre jadeos, aún sin aliento, con los labios entreabiertos y la mirada perdida en el techo—. Siempre logras dejarme sin alma.
El eco de sus gemidos todavía flota en la habitación, cálido y húmedo como el aire que ambos comparten. La seda de las sábanas acaricia su piel sudada mientras su pecho sube y baja con violencia. Giovanni, tendido a su lado, se gira hacia ella con una sonrisa satisfecha y el cuerpo aún tembloroso.
—Eres fuego, Luciana —murmura él, con la voz ronca—. No hay mujer más fogosa que tú en esta maldita ciudad.
Ella ríe suavemente, un sonido grave y sensual que resuena en la penumbra del cuarto. Se voltea hacia él, desliza una pierna sobre su cuerpo desnudo y le acaricia el pecho con las uñas apenas marcadas.
—Y tú, Giovanni... tú me haces arder —responde en tono grave, aún respirando con dificultad—. Es como si me conocieras mejor que nadie.
Giovanni la besa en el hombro, lento, posesivo.
—Porque lo hago —susurra contra su