Ser madre, hoy en día, parece estar mal visto. Muchas mujeres ven en la maternidad un límite, una carga, un gasto... algo que amenaza su libertad, su independencia y sus sueños. Prefieren carreras, viajes, éxito. Y está bien. Cada mujer se realiza de una forma distinta, y todas merecen ser respetadas. ¿Pero qué sucede cuando una mujer anhela ser madre... y la vida se lo niega? A Cynthia, la mejor doctora del país, los médicos le cerraron la puerta a ese deseo. Su cuerpo ya no podía más. Una histerectomía era la única opción. La maternidad parecía un sueño roto. Hasta que llegó un milagro. Clara. Un embarazo contra todo pronóstico. Una niña que llegó como un regalo inesperado. Todo parecía perfecto... hasta que nació. Y entonces, la vida cambió para siempre. Una pareja se quebró. Un padre la rechazó. Y el mundo entero pareció cerrar los ojos ante una niña que traía un cromosoma de más. Pero también traía algo extra: amor puro. Clara, con su ternura y sus ojos rasgados, con su risa contagiosa y su energía arrolladora, era un rayo de sol en medio de una tormenta. Una niña con síndrome de Down, con una madre dispuesta a cambiar el mundo por ella, para que no sufriera. Cynthia no solo iba a criarla. Iba a luchar. A visibilizar lo invisible. A romper etiquetas, tabúes y prejuicios. Porque su hija no era "una condición". Era música, inteligencia, dulzura, picardía, y determinación. En ese camino que parecía tan complicado, Cynthia no estaría sola. Como vicepresidenta de Madres Trisomía 21, conocería a alguien que se convertiría en mucho más que un aliado. Porque esta es una historia de amor. De amor entre madre e hija. De amor... con ayuda de las personas correctas. De amor... con un cromosoma extra.
Leer másNota importante: este libro tiene acontecimientos y vivencias reales, basados en la vida de una pequeña y una chica que conozco. Estoy siendo autorizada por su madre, para hacer público ciertos aspectos que ella desea que sea conocido. La historia es ambientada en España, pero su origen es en "El Tocuyo, Estado Lara."
Hago esta historia con el fin de reconocer el trabajo arduo de una madre con una niña con síndrome de Down, y lo poco compasivo que puede ser un colegio, adultos, niños y en donde sea, por la falta de la inclusión y el poco conocimiento que hay sobre los "niños especiales". [...] Ocho años antes de que Clara naciera. La casa olía a pan recién horneado y a esperanza. Afuera llovía, como si el cielo quisiera quedarse quieto, escuchando la risa de Estrella, una niña de cinco años con voz dulce y alma luminosa. En el sofá, Cynthia apoyaba la cabeza sobre el pecho de Daniel, su esposo, mientras los minutos pasaban en silencio. Era uno de esos momentos raros en el que solo existes en el ahora. Por fin llegaba la calma, después de tantas tormentas. Habían pasado por discusiones, distancias, y una rutina que desgastaba más que el tiempo. Estuvieron a nada de ponerle fin a su matrimonio de años, pero ahí estaban, abrazados y decididos a volver a intentarlo. No por obligación, ni por los años compartidos. Si no por ella. Por Estrella. Porque ella merecía tener una familia unida y fuerte ante las adversidades. —Tal vez... podríamos pensar en otro bebé. Creo que podemos hacerle caso a Estrella con su deseo —sugirió Cynthia, con voz suave. Fue una hermosa petición en medio de la lluvia que caía afuera. Daniel la miró, sorprendido y luego sonrió. —¿De verdad quieres intentarlo? Mira que ya me lo imagino todo... Cynthia asintió, y por primera vez en mucho tiempo, sentía que sí. Sentía y creía que su familia aún tenía capítulos por escribir. Tal vez, de esa manera, también el amor podía renacer. Había un mar de posibilidades en ese momento. Los meses fueron pasando, entre terapias de pareja, cuentos nocturnos para Estrella y domingos con panqueques. No era perfecto, pero era suficiente para las dos. Se sentían en una burbuja de perfección y amor. Y entonces, una mañana de abril, la prueba dio positivo. Cynthia no lloró, más bien, tuvo demasiados sentimientos encontrados. Rió, gritó, abrazó a Estrella y le confesó al oído que iba a tener un hermanito o hermanita. Daniel la alzó en brazos, girándola en el aire como cuando eran jóvenes. Era un nuevo comienzo porque la familia después de varios fracasos, por fin estaba creciendo y renaciendo. Solo que la alegría pronto se tiñó de incertidumbre. En una ecografía de rutina, el médico detectó signos de envejecimiento prematuro de la placenta. —No tienes que preocuparte, Cynthia. No es nada grave —dijo, su ginecólogo—. Podemos controlarlo —le aseguró con voz firme—. Solo debemos estar atentos a cualquier cambio que tengas. Y la pareja decidió continuar con el embarazo. No iban a interrumpirlo. Con fe, con amor y con el corazón latiendo más fuerte que el miedo. Cynthia decidió hacer recuerdos de su familia. Tomaron fotos de todo el proceso de embarazo y lo feliz que eran los tres, calmando sus ansias para conocer a su nueva integrante. Pasaron nueve meses entre controles, nombres posibles y pataditas nocturnas. Estrella pintó dibujos de su hermanita y los pegó por toda la casa. Cynthia cantaba bajito al vientre mientras cocinaba. Daniel preparó la habitación con una ternura que ella ya había olvidado que tenía. Daniel era el padre perfecto. Porque así recordó que era, cuando esperaban la llegada de su primera hija, Estrella. Hasta que llegó el día. Clara nació un martes, cuando el invierno aún no se atrevía a irse. Y, aunque su llegada no fue como la soñaron, fue un milagro. Un pequeño milagro con un cromosoma más... y un amor infinito por dar. [...] El quirófano olía a desinfectante y a tensión. Clara nació en silencio, como si el mundo se detuviera un instante para recibirla. Cynthia apenas alcanzó a ver sus ojitos rasgados antes de que se la llevaran para los chequeos. Pero lo supo. Lo supo al instante. Su corazón de madre le gritó la verdad antes que cualquier diagnóstico. Clara tenía síndrome de Down. Ella había estudiado por años sobre los temas de inclusión sobre los niños especiales, y por esa razón, ella había formado con un grupo de colegas, la fundación, en donde era vicepresidenta. Y, aunque no se lo esperaba, su hija, era perfecta. Cuando Daniel entró a verla en la habitación, no llevaba flores ni lágrimas en los ojos. Tenía la mirada perdida, los labios apretados, las manos temblorosas. No era el mismo hombre ilusionado que la había dejado con mucho amor, antes de entrar al quirófano. Daniel era otra persona. —¿La viste? —le comentó, Cynthia, con la voz ronca, agotada, con el alma rendida, y llena a la vez. No sería una tarea sencilla, pero con la ayuda de la familia, sabía que se lograría. Solo que Cynthia pensaba de una manera y su esposo, no tenía esa misma visión. Daniel no respondió, caminó lentamente por la habitación, con las palabras atragantadas en la garganta. Su Estrella había nacido perfecta, pero Clara... —¿Viste lo hermosa que es? Tiene tus ojos. Se parece bastante a ti, Daniel... Él giró de golpe con mirada de incredulidad. —¡No tiene mis ojos! Ni los tuyos. Tiene... eso. De repente, el aire se volvió denso. El corazón de Cynthia se quebró como cristal y sus pedazos se esparcieron más rápido de lo que podía imaginar, por el suelo. —¿De qué estás diciendo? —¡No podemos criar a una niña así! —explotó, alzando la voz—. ¡Tú sabías que había complicaciones en el embarazo! ¡Sabías lo de la placenta y decidiste continuar con ello! ¡Nos lo ocultaste, Cynthia! ¡Tú eres la médico especialista en todo aquí! —¡Jamás he ocultado nada porque tú estuviste en la consulta ese día! —gritó ella, sintiendo el ardor en la herida aún fresca de la cesárea—. ¡Tomamos la decisión juntos, Daniel! ¡Y no vuelvas a decirle "eso"! ¡Es nuestra hija, te guste o no! Daniel se acercó con el rostro desencajado. No podía creer que su mujer pudiera enfrentarlo de esa manera. Era una completa falta de respeto, que ella prefiriera a una niña así, que a su familia. —¿Sabes lo que esto significa, Cynthia? ¿Tú crees que es una bendición lo que nos acaba de pasar? ¡Es una condena! ¡Una carga para toda la vida que no nos podremos quitar! Las lágrimas rodaron por las mejillas de Cynthia sin pedir permiso. Intentó levantarse, pero el dolor de la herida se lo impidió. Aun así, quiso correr para taparle los oídos a su pequeña hija. Acababa de nacer y ya estaba recibiendo el primer rechazo de una persona. Lo más cruel, es que el rechazo venía de quien se supone que debía protegerla. —¡Vete! —sollozó—. ¡Si no eres capaz de amarla y protegerla como se debe, entonces no te queremos aquí! La puerta se abrió con fuerza. —¿Qué carajos sucede aquí? —gritó, Mateo, su hermano menor, entrando como un vendaval. Vio el rostro pálido de Cynthia, su respiración era agitada y la sangre estaba manchando la sábana. Miró a Daniel con el ceño fruncido, como si él fuera la víctima de aquella escena, en donde su hermana, estaba completamente, rota. —¿La estás haciendo llorar el mismo día en que acaba de dar a luz? ¿Es en serio, Daniel? —No entiendes nada, Mateo. ¡Nada! ¡Tu hija es completamente perfecta! Mateo avanzó sin dudarlo, lo empujó contra la pared y lo tomó por el cuello de la camisa. —¡Y tú no tienes un puto corazón! ¡Sal de aquí antes de que yo mismo te saque a las patadas! En ese instante, los padres de Cynthia entraron. Habían llegado justo a tiempo para conocer a su nieta, y presenciar la ruina de lo que una vez fue familia. Una familia que ellos no querían que volvieran a estar juntos, pero dejaron que su hija tomara sus propias decisiones y no intervinieron. La madre de Cynthia se acercó a la cama, la tomó de la mano con ternura y le habló: —Tranquila, mi amor. Nosotros estamos aquí. No necesitan a más nadie. Ni mis nietas y mucho menos tú. El padre, en cambio, miró a Daniel con una frialdad aterradora. Don Esteban, no era un hombre violento, pero se estaban metiendo con uno de sus tesoros más preciados. —Te me vas del hospital. ¡Ahora, Daniel! Vete, antes de que pierda los estribos contigo. Le estás robando a mi hija el momento más sagrado de su vida. Lo que estás haciendo lo pagaras caro más adelante. Daniel no dijo una palabra más. Solo los miró a todos con furia contenida y salió dando un portazo, como si el único herido hubiese sido él. Bañado en su egoísmo, Daniel se sentía traicionado. Clara sí se parecía a él, pero no lo iba a aceptar. Esa niña no era como su Estrella y Cynthia tenía la culpa. Lo había engañado vilmente, durante los nueve meses. Ella era una eminencia como médico, ¿entonces como pude seguir con un embarazo de esa manera? En la habitación, el llanto que Cynthia había contenido se desbordó. Había tenído que aguantar y ser dura, para no quebrarse ante Daniel. Lloraba porque había perdido mucha sangre. Porque había perdido al hombre que creyó amar y porque lo primero que había escuchado Clara de su padre fue decirle: —eso—. Horas más tarde, cuando todo se calmó en esa fría habítación, llevaron y pusieron a Clara en sus brazos... y todo el ruido desapareció. Porque en ese cuerpecito frágil y cálido, encontró la fuerza para volver a levantarse. En sus preciosos ojos rasgados, descubrió que el amor más grande no siempre viene de quien uno espera. A veces, viene en frascos pequeños, que te dicen mamá. Cynthia sabía que el camino no sería fácil, pero estaba bien. Tenía a sus padres, a su hermano y a sus dos hermosas hijas. Todo estaría bien, aunque en ese momento, las cosas se veían borrosas y muy cuesta arriba.Donde florece el amor, años después...La casa ya no era solo un refugio, con los años, se había convertido en raíz, en memoria y en cuna de un legado lleno de amor.En el porche, con una manta sobre las piernas y las tazas de café humeante entre las manos, Cynthia y Mathias contemplaban el jardín que habían visto transformarse tantas veces. Las flores que Clara había sembrado, los árboles que ahora daban sombra a los juegos de los nietos, los bancos donde tantas veces habían hablado de sueños, de miedos, de planes y de futuro.Clara había dejado su huella de color en cada rincón de quien la conocía. Una artista, alegre y muy auténtica.El síndrome de Down nunca fue una barrera. Fue parte de su esencia, de su ternura sin filtros, de su manera de mirar la vida con los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto, gracias a la enseñanza y crianza llena de respeto y amor.Ahora era joven, fuerte y con un estilo propio. Pintaba con manos manchadas de acrílico y era una profesional respetada.
El solo que unió corazones, un tiempo atrás.El auditorio del colegio estaba impregnado de una luz dorada que parecía acariciar suavemente cada rincón. Padres, maestros y alumnos estaban sentados en silencio, esperando el momento. El escenario mostraba un piano de cola negro, brillante bajo el foco cálido, y una silla vacía, lista para Estrella.Cynthia apretó con ternura la mano de Mathias mientras ambos se sentaban juntos en la fila central. En sus ojos había orgullo y algo tan puro como el amor. La certeza de que ese momento era mucho más que un simple solo de piano.Era el recuerdo de un pasado y el inicio de una historia que llegó para arrazar con todo a su paso y darles un cambio.—¿Recuerdas la primera vez que vi a Estrella tocar? —susurró Mathias, con la voz dulce y llena de memoria.Cynthia asintió, sus ojos se posaron en él, con respeto y cariño.—Fue en ese gran escenario con la escuela de música. Cuando apenas tenía trece años —dijo ella. —Tú estabas tan nerviosa, como cu
El colegio Andrés Bello estaba especialmente ordenado aquella tarde. Las maestras habían decorado la entrada con carteles coloridos, recordatorios de normas de convivencia y dibujos hechos por los niños. El cartel más grande decía en letras rojas: —¡Primera reunión de padres del ciclo escolar!Cynthia llegó con unos minutos de anticipación, elegante pero sencilla, con su cuaderno de apuntes y la sonrisa amable de quien sabe escuchar, pero también hacer preguntas difíciles si hace falta. Iba preparada para una guerra si era necesario, pero esperaba que, así como el año pasado, todo hubiese sido con calma. Eran nuevos profesores y estudiantes, pero esperaba que los problemas solo fueran lejanos.En el aula del grado de Clara, la profesora Teresa esperaba junto a una pizarra donde había escrito: —Recomendaciones para casa—. Poco a poco, las sillas se fueron llenando de padres con distintas energías. Los nerviosos, los serenos, los que solo iban por cumplir, y los que, como Cynthia, llev
El sol de la mañana se colaba entre las ventanas del colegio Andrés Bello, pintando los pasillos de un dorado suave que anunciaba el inicio del nuevo ciclo escolar. Clara caminaba de la mano de Cynthia, su mochila color lila que rebotaba contra sus pequeños pasos. Llevaba un moño verde en el cabello, un suéter del uniforme algo grande y una sonrisa ansiosa que no podía esconder. Para Clara, era otro nuevo ciclo en el colegio y más emocionada no podía estar.—Hoy vas a conocer a tus nuevos amigos, mi amor —le dijo Cynthia, agachándose para acomodarle el cuello de la camisa—. Y estoy segura de que les vas a encantar.Clara asintió con emoción. En casa había ensayado cómo presentarse. Sabía que este colegio no era como el anterior. Aquí no la mirarían raro. Aquí todos los niños eran diferentes a su manera. Ya se lo habían demostrado, pero el temor nunca se iba por completo. El rechazo existió una vez, pero esa emoción, había quedado muy marcada en su mente.La que viajó al año anterior,
El nuevo ciclo escolar en La Concordia no era solo un retorno a las aulas para Estrella, era un campo de batalla elegido. Cada mañana, al enfilar su scooter por el camino que Mathias le había mostrado, sentía una mezcla de determinación y una pizca de nerviosismo. El uniforme que alguna vez había asociado con la discriminación de su hermana, ahora era su armadura. El colegio de monjas sin corazón, como ella lo había bautizado, no la vería doblegarse.Desde el primer día, Estrella se propuso ser la sombra de Cynthia en aquel lugar. Cada paso, cada logro académico, sería un eco de la fortaleza de su madre y un recordatorio constante de la existencia de Clara. Se sentaba en las primeras filas, participaba activamente en clase y sus notas comenzaron a destacar. Las monjas, acostumbradas a su bajo perfil en años anteriores, la observaban con una mezcla de sorpresa y recelo. La nueva Estrella no era la niña que se escondía; era una adolescente con una misión.En las reuniones de padres y en
El dulce regreso a casa. De vuelta al hogar y a soltar el ancla. El regreso de Portugal fue una transición suave de la euforia de la luna de miel a la cálida realidad de su hogar. El auto, antes lleno de la emoción de la aventura, ahora se cargaba con el dulce anticipo del reencuentro. Al llegar a la Hacienda, el abrazo de Clara y Estrella fue el ancla que los trajo de vuelta a su hermosa cotidianidad. Las niñas habían disfrutado de sus días con los abuelos, pero sus ojos brillaban con la alegría de tener a su madre de vuelta junto a Mathias.Los días que siguieron a la luna de miel fueron una danza delicada de rutina y novedad. La casa de Cynthia y Mathias se sentía más que nunca como un verdadero hogar, un santuario de paz y felicidad construído con amor, paciencia y resiliencia. La nulidad del matrimonio de Cynthia con Daniel había disipado la última sombra, permitiéndoles vivir con una ligereza y una libertad que antes solo habían soñado.Las mañanas eran un alegre caos, ahora co
Último capítulo