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CAPÍTULO 58  El día que dejó de llamarme

ZOE

No fue un sonido lo que llegó primero, sino una sensación. Como si una sombra se deslizara por debajo de mi piel, empujando desde adentro. Cerré los ojos, intentando escapar de esa vibración que parecía filtrarse por las paredes del centro, colándose entre los parpadeos inestables de las luces frías. Y entonces ocurrió: una voz. No una cualquiera. La suya.

—Zoe…

Me incorporé de golpe, jadeando como si acabara de resucitar. No había nadie en la habitación. Solo la penumbra azulada de los monitores y el zumbido lejano de la ventilación artificial. Mi nombre seguía flotando en el aire, suspendido en algún rincón de mi memoria. No era un recuerdo reciente, ni una llamada audible. Era algo más profundo. Como si alguien hubiese encendido un fósforo dentro de un pozo y la llama comenzara a lamer las paredes olvidadas.

Parpadeé, y la imagen llegó.

No sé si lo soñé, si lo recordé o si fue simplemente una implantación bien diseñada. Pero estaba ahí. Yo lo veía. A él. A Dante. De pie frente
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