IVY
El cielo de Los Ángeles tenía ese color sucio de promesas rotas. Gris mezclado con luz artificial, como si el sol ya no quisiera salir. Caminaba entre las sombras de la madrugada, con las botas resonando sobre el concreto. Nadie me miraba, aunque todos sabían que yo no era parte del paisaje. Esa era la ventaja de vestirse como una amenaza: nadie te detiene, pero todos te sienten.
El edificio estaba exactamente donde lo había dejado: silencioso, con vidrios espejados que ocultaban más que oficinas. Un laboratorio clandestino disfrazado de empresa biotecnológica, uno de los tantos caprichos de Ethan Castelli. A mí no me importaba qué escondía. Solo sabía que debía hacerlo arder. No por ética. No por venganza. Solo por orden. Y por placer.
Me crucé con el guardia en la puerta trasera. Su cara era joven. Demasiado. El tipo ni siquiera alcanzó a llevar la mano a su radio cuando ya lo había reducido con un golpe seco. Cayó como una hoja mal cortada. Entré sin hacer ruido, desactivando l