DANTE
Todo ardía antes de que el fuego comenzará.
El aire, el pecho, el pasado.
El laboratorio estaba escondido detrás de una fachada médica —un centro de rehabilitación neurológica, según los documentos. Mentira. Todo era mentira. Las cámaras térmicas escondidas en los marcos, los sensores implantados en el suelo, los niveles de seguridad... Esta no era una clínica. Era un matadero. Un altar para el control mental.
Y Ethan, otra vez, jugaba a ser dios.
—Al segundo pitido, entramos —susurré por el intercomunicador, sin mirar a Verona, que ya empuñaba su rifle con la calma helada de quien lleva demasiadas guerras en el cuerpo.
Tres. Dos. Uno.
Las puertas estallaron con una carga precisa. El humo nos tragó a todos, y mis botas pisaron primero el pasillo oscuro, como si lo conociera. Como si ya hubiese estado allí antes. Como si mi sombra supiera exactamente a qué venía: a vengarse.
—Al suelo —grité, antes de disparar al primer hombre que levantó un arma.
No tuve que pensar. No dudé. La