Ariana Prescott fue la secretaria y amante secreta de su jefe, Elián Moretti, un exitoso CEO, frío y calculador. Se enamoró de él sin quererlo, hasta que su mundo se vino abajo al descubrir que Elián planeaba casarse… con otra. Ariana ya esperaba un hijo suyo, pero no dijo una palabra. Decidió marcharse antes de verlo en brazos de otra mujer. Lo que ella no sabía es que Elián no la eligió por amor, sino por un contrato. Su prometida, una figura poderosa del pasado, lo chantajeó usando un rechazo de juventud como arma. Elián lo arriesga todo al darse cuenta del error que cometió, pero Ariana ya ha desaparecido del mapa… por casi dos años. Cinco años después, cuando ya no guarda esperanza, ve en Instagram la foto de una mujer con dos gemelos idénticos a él. Ese día, Elián Moretti jura que moverá cielo, mar y tierra para recuperar a la única mujer que lo amó sin condiciones… y a los hijos que nunca conoció.
Leer másEl día en que lo perdí.
Ariana Prescott Todo comenzó el día que me enteré de su compromiso… No de manera oficial, sino por los rumores de la empresa. No por una conversación honesta, no por un momento de claridad entre nosotros. Si no que fue por casualidad O quizás el destino queriendo restregarme la verdad, la cual muchas veces me negué a ver. Me encontraba en la oficina, con las manos temblorosas por los resultados del análisis que ocultaba en el fondo de mi bolso. El cual aferre a mi cuerpo como quien se aferra a su salvación o perdición. Sí, estaba embarazada de él. De Elián Moretti, el hombre que me hizo desear cosas que jamás creí posibles. El mismo que me enseñó a amar y a odiar en la misma semana. Pero no era amor lo que vi en su rostro esa mañana. —Ariana —dijo entrando con una caja de terciopelo en las manos—, necesito que me ayudes a organizar la cena del sábado. Voy a pedirle matrimonio a Sofía. Mi corazón se detuvo, y mis entrañas se retorcieron. Literalmente eso sentí o fue el bebé que también sintió el dolor. Por un segundo sentí que me faltaba el aire, pero me contuve. No lloré. No grité. Solo asentí como la buena secretaria, quien atendía las órdenes de su jefe. Como una buena amante desechable. —Por supuesto, señor Moretti —respondí, sintiéndome como una actriz barata de teatro, de mala muerte, pero con mucho potencial, interpretando a la mujer más indiferente. Él ni siquiera me miró. O tal vez sí, pero no como yo quería. ¿Dónde había quedado aquel hombre que se desvivía por verme reír entre sus brazos? El que solamente anoche me hizo el amor como un hombre enamorado. Bueno, ya sabemos que no solo yo sé actuar. ¿Dónde está el que me decía que mi voz era su lugar seguro? Mentira, todo fue mentira, en mi pecho solo se instaló un sentimiento. Odio. Esa misma hora tomé la decisión que podría cambiar mi vida para bien o para mal. Tome la decisión de dejar todo así que le pedí ayuda a mi amiga Carrie, para que empacara todas mis cosas, lo más importante, yo mientras tanto programe un correo con hora de entrega a las 9:00 de la mañana del día siguiente para recursos humanos y para él, quienes recibirían mi Renuncia al puesto de asistente de presidencia. No dejé una maldita carta de despedida, como en las novelas que siempre leía, donde siempre él la elegía por encima de todo y todos. No di ni una maldita explicación, nadie la necesitaba, él había tomado su decisión, y no fui yo, así que hice lo que él debía querer, y es desaparecer y se lo di en bandeja de plata, así que desaparecí. Al término de la jornada salí como un rayo de las instalaciones de la empresa, llegué a la compraventa de automóviles y vendí mi bebe. Luego regale todos mis muebles a una organización de mujeres sin hogar, de eso se encargaría Carrie. Ya estaba todo listo, solo quedaban las joyas y todo lo que él me regaló quedó en una caja que dejé en la encimera como un recordatorio de todo lo que amé una vez. Esa madrugada, ya llegando al aeropuerto, cuando crucé las puertas de ingreso con el pasaporte en una mano, documentos importantes y mis tres pruebas de embarazo con el positivo en cada una, con sus palabras, aun corriendo por mi cabeza, supe que no había vuelta atrás. Sentada en una silla incómoda, viendo cómo gente se despide o como otras llegan, en ese momento supe recién que estaba sola, bueno, relativamente sola, ya que tenía un hijo en camino. Y un amor que había decidido enterrarme viva. El cual me ha deshecho después de casi 5 años de relación a escondidas, donde solo él fue mío y yo solo fui de él. Mi destino era Canadá, bueno, no fue tan lejos que arranque, pero no estaría sola, ya que mi padre y mis hermanos vivían en este país hace un par de años. Desde que mamá falleció, él decidió volver a nuestro país. ¿Por qué sí, todos somos canadienses, pero por el trabajo de papá vivimos muchos años en Estados Unidos? Con manos temblorosas tomé mi celular y marqué su número, sonó dos veces antes de contestar. Cuando por fin habló, tuve que hacer acopio de toda mi fuerza para no quebrarme. A: papi, soy yo Ari, necesito saber si puedo ir por una temporada a casa. X: Princesa, no debes pedir permiso, solo dime cuando vienes. —Claro que él no se negó. X: Cuando llegues, hija. Me pregunto por la fecha de mi llegada, hago silencio y le informo que ya estoy por abordar el avión con destino a Toronto y que en solo unas horas llegaría. Claramente, acepto, pero sé que tiene muchas dudas y aún más preguntas en su mente, por mi repentina huida.Pequeños cambios, grandes pasosAriana PrescottEl invierno canadiense me recibió como un abrazo helado… y, por extraño que parezca, me gustó.Era distinto a la humedad de Nueva York. Aquí, el frío no parecía un enemigo, sino una especie de señal, como si la misma ciudad me dijera: congela lo viejo, sepúltalo bajo la nieve y vuelve a empezar.Las mañanas se habían convertido en pequeños rituales.Me levantaba más despacio, porque ya mi barriga había salido a la luz con descaro y cualquier movimiento brusco podía marearme.El olor del café de papá siempre me guiaba hacia la cocina, donde él leía el periódico mientras yo devoraba panqueques que Jeremías insistía en prepararme.—Comes por tres, hermanita —bromeaba, y yo le lanzaba una servill
Respiros entre tormentas Ariana Prescott Habían pasado unos días después de la conversación con Jacob. El día que sentí la primera pataditas, estaba sola en mi habitación. Lloré y Lloré porque era hermoso y porque él no estaba para compartirlo. Me juré que lo había superado, que mi prioridad eran mis hijos. Pero esa noche soñé nuevamente con él. En el sueño, Elián entraba en la habitación, se arrodillaba frente a mí, ponía su mano en mi vientre y sonreía como si todo estuviera bien. Desperté con el corazón acelerado y mi respiración como si hubiera corrido una maratón y un hueco en el pecho. Me odié por seguir amándolo aún. Pero también entendí que no podía mentirme: él seguía siendo el amor de mi vida… Y tomé la decisión de decirle la verdad, aunque eso trajera más caos a mi vida. Si bien le diría esto, lo haría el fin de semana. Así que me duche y prepare para ir al trabajo. Y con el mismo pen
Dos corazones, un secreto Ariana Prescott La foto estaba pegada en la puerta del pequeño armario junto a mi cama. Cada vez que abría los ojos, cada mañana, lo primero que veía eran esos dos puntitos latiendo. Mis gemelos. Mis hijos. La primera semana después de la ecografía fue como aprender a caminar de nuevo: cada paso era extraño, incierto, y cada pensamiento venía acompañado de una pregunta que me helaba la sangre. ¿Podré con dos? ¿Seré suficiente para ellos? ¿Y si algún día me preguntan por él? Me pasaba horas acariciando mi vientre, aún apenas visible, como si pudiera transmitirles la calma que yo no tenía. No les conté a mis hermanos de inmediato. Quise quedarme con el secreto un par de días, abrazarlo solo para mí. Era egoísta, pero lo necesitaba. El jueves, en la cena, solté la bomba. —No es uno —dije mientras todos hablaban entre risas—. Son dos. El silenci
La primera ecografía Ariana Prescott La vida empezaba a tomar una forma distinta. No es perfecta. No es fácil. Pero distinta. Me levantaba temprano, desayunaba con mi padre o, si él ya había salido, con alguno de mis hermanos que hacía escala en casa antes del trabajo. Caminaba hasta la parada del bus con un café descafeinado entre las manos, me sentaba siempre en el mismo asiento y miraba por la ventana cómo Toronto despertaba. En la oficina, había aprendido a anticiparme a las tareas, a preparar el café antes de que lo pidieran, a organizar la agenda del jefe sin que él tuviera que darme instrucciones dos veces. Pequeñas rutinas que en varios días se convirtieron en pequeñas victorias. A veces incluso me encontraba sonriendo mientras contestaba llamadas, sintiendo que podía tener control sobre algo en mi vida. Pero siempre, sin excepción, había un momento del día en que su recuerdo se colaba sin permiso. Un olor, una f
Entre náuseas y recuerdos Ariana Prescott La primera semana siempre es la más difícil. Eso me repetía a mí misma cada mañana, como un mantra, mientras me miraba en el espejo, intentando ignorar las ojeras y el ligero tono pálido que empezaba a acompañarme desde que las náuseas se habían instalado a vivir conmigo. El lunes había sido un caos. Todavía estaba intentando recordar el nombre de todos mis compañeros y aprender el sistema de llamadas internas cuando, a mitad de la mañana, tuve que salir corriendo al baño con una mano en la boca y la otra protegiendo mi vientre, como si el bebé necesitara que lo apartara de ese momento incómodo. —¿Estás bien? —preguntó Sophie, la asistente que más se había acercado a mí desde el primer día. Su tono era genuino, pero su mirada llevaba un destello de curiosidad. —Sí, creo que es algo que comí —respondí con una sonrisa débil. Mentí con la misma naturalidad con la que respiraba últimamente. El martes, sin embargo, fue distinto. Me levan
Primeros pasos a un nuevo mundo Ariana Prescott Decidí firmar. Sí, lo sé… apenas unos minutos antes le había dicho al muchacho de recursos humanos que no sería ético aceptar el puesto estando embarazada, pero cuando mis dedos se aferraron al bolígrafo y mi mirada se perdió en el blanco de los formularios, pensé en el precio de los pañales, en las consultas médicas, en los chequeos mensuales, en el cochecito, la ropa, la leche… y en lo caro que resultaba simplemente respirar en Toronto. El chico, un rubio joven de sonrisa fácil y modales educados, me miró con cierta duda. —Señorita Luján, ¿está segura? —preguntó, inclinándose un poco hacia mí como si quisiera darme la oportunidad de retractarme. —Sí, completamente —mentí sin pestañear. No podía darme el lujo de decir otra cosa. No ahora. Firmé los documentos y sentí que, de alguna forma, estaba estampando mi firma en el inicio oficial de mi nueva vida. Una vida sin él. O al menos… eso intentaba convencerme. El lunes, cuando cr
Último capítulo