CAPÍTULO 29

Los nombres que me robaron

Elián Moretti

El silencio se sentía distinto esa noche.

Era más denso, más afilado.

Como si el aire supiera que estaba a punto de escuchar algo que cambiaría todo mi mundo.

Me pasé las manos por el rostro. No había dormido. Ni lo intenté.

Desde que crucé aquella puerta, dejándola a ella —a mi madre— con sus palabras venenosas flotando en el aire, mi cabeza era una tormenta sin fin.

Cada frase suya me seguía repitiendo en bucle: «esos bastardos deben quedarse en el anonimato».

El eco de esa palabra todavía me erizaba la piel.

Mis hijos. Mis benditos hijos.

Y yo había permitido, por cobardía, por orgullo o por compasión, hacia una madre en sus últimos días, deje que crecieran sin mí.

Sin que pudiera protegerlos.

No sé cuánto tiempo estuve mirando a la nada.

Hasta que tocaron la puerta, supe que era Héctor siempre puntual y preciso.

Como siempre.

Pero aquella noche, su rostro no tenía nada de profesional.

Solo una carga Y algo parecido a compasión.

—Pasa —le
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