Mundo ficciónIniciar sesiónSofía se quedó sola en la mansión otra vez, el portazo de Viktor resonando lejano mientras el Mercedes se alejaba. Le había dado otro beso rápido en la frente que todavía quemaba, era algo que se estaba dedicando últimamente, pero todavía no le deja de sorprender, fue posesivo y frío a la vez, como siempre. Y ella aceptaba, no decía más nada, pero por dentro, la calma crecía como raíz en tierra dura.
El día fue silencio. El desayuno sola, bandeja simple. Caminó por los pasillos de la mansión, sus dedos rozando paredes. La biblioteca la llamó otra vez. Entró, el aroma a papel viejo envolviéndola como un abrazo secreto. Encontró el libro infantil de nuevo, “Enamorada de mi Coronel”, abierto en la página donde Ela desafiaba al coronel con palabras en vez de lágrimas. Leyó unas cuantas más, las páginas pasando lento con sus dedos. El coronel se disculpaba, la quería tal como era, gordita y valiente. Sofía sonrió amargo. Lejano. Imposible. Pero esperanza pinchaba bajito. Lo devolvió al estante, dedos demorándose en el lomo. Algo propio. Necesitaba algo propio. Bajó a la cocina, Se encontró a Irina amasando, y a Olga cortando frutas, aroma a vainilla y azúcar llenando el aire. Irina la vio. —¿Señorita? ¿Todo bien? Sofía entró, voz calmada pero firme. —Quiero aprender repostería. Con ustedes. Todos los días que pueda. Olga sonrió amplia. —¡Claro! Nos encanta enseñar. Irina alzó ceja, mirando las marcas ocultas. —El señor... —Le pediré permiso —dijo Sofía—. Cuando vuelva. Irina asintió lento. —Cuando quiera. El día pasó lento. Sofía leyó en la biblioteca, caminó el jardín nevado, comió sola. Viktor volvió al atardecer, su traje arrugado, olor a humo y vodka, lo mismo de siempre, lo de todos los días. Entró a la oficina, puerta abierta. Sofía siguió, cerró detrás. Viktor alzó vista, levanta una ceja con sorpresa y pregunta silenciosa al mismo tiempo. —¿Qué quieres ahora? Ella respiró hondo, mirada penetrante. —Quiero aprender repostería con Irina y Olga, así que te pido permiso para practicar con ellas, no quiero estar en la habitación todo el día... Por favor. Viktor soltó una carcajada cruel mientras se agarra el estómago, una risa exagerada, larga, echando la cabeza hacia atrás. —¿Repostería? ¿Tú? ¿La gordita que roba tartas y come como cerda en bufés ahora quiere hacerlas? ¿Para qué? ¿Engordar más y que los vestidos te queden peor? ¿O para provocarme con azúcar en los dedos después lamer? Sofía no bajó la mirada, solo sintió un miedo leve, un pequeño escalofrío. —No es solo que... Quiero algo mío, hacer algo productivo, algo útil, cocinar, crear, no solo... existir para ti. Él se levantó lentamente, rodeó el escritorio, acercándose hasta que el aliento le quemó. —Útil —repitió burlón, voz baja y ronca—. Lo único útil que haces es abrir las piernas cuando te lo ordeno, tragar cuando te lo meto, aceptar cuando te rompo. ¿Repostería? Ridículo. Pareces una niña pidiendo juguetes caros que romperás en una semana. Ella jadeó bajito, el miedo subiendo poco a poco por su espina dorsal, pensando en que le va a pegar, la va a tirar al suelo, le va a doler como siempre. —No es ridículo —susurró, voz temblando pero firme—. Es normal, algo normal para alguien que no tiene nada, cocinaba pocas cosas, cuando vivía con mis padres, ya sabes, pero ahora siento que tengo oportunidad de aprender a hacer más... Viktor tomó su barbilla fuerte, ojos grises quemando. —Nada normal aquí, Sofía. Eres mía. Para lo que yo quiera. Y si quieres permiso... convénceme, ya sabes cómo. La empujó bajo el escritorio, arrodillándola rápido entre sus piernas. —Lame. —ordenó frío, desabrochando pantalón lento, sacándolo, como el acero ya palpitante—. Convénceme con esa boca que ahora usas para pedir tonterías. Lento. Profundo. Hasta que me libere y diga sí. Sofía jadeó, miedo y calor mezclados, sus manos temblando en sus muslos. —Viktor... por favor... —Por favor ¿qué? —gruñó, su mano viaja velozmente para agarrar su cabello alborotado, empujando suave pero firme—. Por favor dame permiso chupándomela rico, gordita. O no hay repostería. Nunca. Ella obedeció, boca abriéndose, tomando lento, su lengua rozando la punta, bajando despacio, la garganta tragando centímetro a centímetro. Viktor gime por lo bajo, echa la cabeza hacia atrás, y su mano mano guiando cada movimiento. —Más profundo —gruñó, con voz ronca llena de deseo—. Así. Traga todo. Convénceme de que vales para algo más que abrir piernas. Sofía jadeó alrededor, lágrimas picando, su garganta quemando, pero hizo, su lengua maniobrando inexperta, los labios apretando, cabeza moviéndose lento al principio, luego más rápido cuando él empujó caderas. Larga, sucia, saliva bajando, gemidos de él llenando la oficina. —Buena —jadeó él, su mano apretando su cabello—. Buena chica. Quizá sí te deje jugar con azúcar... si me das todo. Ella aceleró, garganta tragando profundo, hasta que él tembló fuerte, corriéndose con gemido largo y animal, llenándole la boca. Se apartó y se puso de pie, se arregló los pantalones, y la levanta del pelo suave esta vez. —Bien —dijo con voz ronca, su voz menos fría... por ahora—. Puedes aprender. Pero solo cuando yo no te necesite. Y si quemas algo... pagas el doble. Sofía tragó saliva mezclada con su aroma masculino el nudo en la garganta aguantada y ardiendo, su voz es ronca y temblorosa. —Gracias. Él rió bajo, pulgar limpiando su labio. —No agradezcas. Pagaste caro y completo. Él salió de su oficina, dejando puerta abierta y a ella sola. Sofía se quedó, limpiándose boca, su determinación cada vez se despertaba con valentía y voluntad, aguantando todo el dolor. Algo propio. Aunque costara caro. Bajó a la cocina, Irina y Olga esperando. —Permiso concedido —dijo calmada, voz ronca aún. Olga sonrió. —Mañana empezamos. Sofía asintió. Mañana.






