Mundo ficciónIniciar sesiónEl jet aterrizó suave en la pista privada de Nueva York, la noche cayendo pesada como manta oscura sobre la ciudad que nunca duerme. Viktor bajó primero, abrigo negro ondeando con el viento frío, mano extendida para ayudarla sin mirarla a los ojos. Sofía tomó, dedos rozando brevemente, un calor fugaz antes del frío habitual que siempre volvía.
El Mercedes negro esperaba, el motor ronroneando impaciente. Hades el guarda estaba fuera del vehículo, abrió la puerta trasera, sonrisa amable y genuina al verla bajar las escaleras del jet. —Bienvenida de vuelta, señorita Sofía —dijo bajo, voz grave pero cálida, ojos deteniéndose un segundo más de lo necesario en su rostro—. El vuelo fue tranquilo, espero. Sofía asintió, sonrisa leve y serena, el vestido gris suave cayendo perfecto sobre su cuerpo, ocultando marcas pero abrazando formas reales. —Tranquilo, gracias, Hades —respondió suave, voz calmada pero con ese toque de luz que había aprendido a guardar. Hades sonrió más, inclinando la cabeza leve. —De nada. Siempre un placer. Viktor vio todo. Mandíbula tensa como acero, su mano apretando la de ella más fuerte al subir al auto, casi dolía. Hades cerró la puerta, subió al volante. —Conduce —ordenó Viktor seco, voz cortante como cuchillo. El viaje a la mansión fue silencio tenso, Viktor mirando la ventana, pero respiración agitada, caliente, mano en el muslo de ella, apretando posesivo, dedos clavándose en la tela suave. Sofía miró afuera, luces de la ciudad pasando borrosas, y corazón latiendo confuso. El vuelo había sido... intenso. Deseo crudo, embestidas que dolían y quemaban, pero algo en sus ojos cuando se vino, algo que picaba diferente. Dudaba. Negaba. Pero picaba. Al llegar, Hades con la práctica, sale del auto y les abre la puerta, Viktor se lo queda viendo más de un segundo antes de asentir apretando su hombro, un aviso silencioso de mantener distancia y discreción frente a el. Detrás Sofía seguía, asintiendo levemente antes de caminar al lado de Viktor, sintiendo algo extraño, algo pensado en el pecho, una intuición de que algo haría. Al llegar a la mansión, Irina abrió la puerta principal, sonrisa profesional y cálida. —Bienvenidos de vuelta —dijo, tomando abrigos—. La cena lista si desean, o algo ligero. Viktor no respondió. Tomó el brazo de Sofía, fuerte, dedos hundiéndose en la piel, arrastrándola escaleras arriba sin una palabra a Irina. Ella jadeó bajito, miedo pinchando de repente,"viene la correa otra vez, me va a romper por la sonrisa de Hades", piensa con la mente dando vueltas, sabía que iba a tomarse mal el hecho de que Hades le había saludado con amabilidad. —Viktor... —empezó, voz temblando leve. —Cállate —gruñó él, empujando la puerta de la habitación, cerrando la puerta con llave que resonó como sentencia. La tiró contra la cama, su peso encima de ella rápido, el aliento caliente contra su cuello, el aliento aún con olor a vodka y nieve rusa todavía pegado. —Hades te sonríe —susurró furioso, con voz ronca y baja, su mano subiendo la falda del vestido gris con rabia contenida—. Amable. “Gracias, Hades”. “Siempre un placer”. ¿Qué m****a fue eso, Sofía? ¿Provocas a mis propios guardas ahora? Sofía jadeó fuerte, el miedo real subiendo por la garganta, el cuerpo tensándose bajo él. "Me va a pegar, me va a romper el vestido otra vez, me va a doler como en Moscú". Sus manos temblaron levemente, pero levantó la barbilla, voz calmada aunque el aliento salía corto. —Solo fui cordial —dijo suave, pero temblando por dentro—. Como con Linu. Como con todos los que me miran porque tú me traes... solo quise ser amable... Viktor apretó más, ojos grises ardiendo como fuego helado, mano clavándose en la cintura carnosa y cuadrada donde el vestido ocultaba todo. —Cordial —repitió burlón, voz rompiéndose de furia—. El beso de Linu en tus nudillos, la sonrisa de Hades. Provocas como pu*ta barata, gordita. Y yo... yo no lo aguanto más. Su mano bajando con dolor, dejando rastros rojos con sus uñas, rasgando la tela interior con tirón seco, se baja los pantalones com urgencia sin dejar de mirarla, y sin aviso, entra dolorosamente en seco, sin suavidad. Sofía jadeó fuerte, el dolor quemando, las marcas antiguas latiendo con cada embestida. —No estaba provocando —susurró entre jadeos, su voz rompiéndose, las lágrimas picando en la comisura de sus ojos—. Solo vivo, respiro. Tú me haces existir para eso, para ser alguien de quien burlarte con los demás... pero te está resultando un poco al revés. Él embistió duro, posesivo, como castigo puro, peso aplastando, aliento quemando el cuello, ella jadea y las lágrimas comienzan a derramarse, ya estaba cansada del mismo cuento de todos los días. —Existes para mí —gruñó, voz ronca de deseo y rabia mezclados—. Solo para mí. Nadie te sonríe. Nadie te mira. Nadie te toca. Sofía jadeó contra la almohada, dolor y placer traicionero mezclados, su cuerpo responde a pesar del miedo. —Entonces no me lleves donde me miren —dijo entre jadeos, voz temblando—. O acepta que miren lo que tú rompes. Él paró un segundo, respiración agitada, mano temblando en su cadera, duda pinchando fuerte pero negada con frialdad. —No acepto —gruñó, volviendo más fuerte, embestidas que dolían y quemaban—. Eres mía. Para romper. Para usar. Para ponerte en tu lugar hasta que olvides las sonrisas de guardas, de otros hombres. La tomó hasta que gritó, hasta que se vino dentro con gemido bajo y animal, quedándose encima, su cuerpo músculoso y pesado, su aliento agitado contra su piel. Después de unos segundos, se apartó frío, se arregló ropa rápido, como si quemara tocarla más. —Mañana tengo otros negocios, más reunión, llegaré tarde —dijo seco, voz neutra otra vez—. Quédate quieta. Salió, dando un portazo que resonó por toda la mansión. Sofía se quedó jadeando, cuerpo dolorido, lágrimas silenciosas mojando la almohada. Insaciable. Pero algo picaba en él. Dudaba. Negaba. Y eso... eso era nuevo. Al día siguiente, Viktor se alistó temprano, se acercó a Sofía y lo que anda haciendo últimamente de darle un beso en la frente rápido y posesivo antes de irse. —Portate bien —murmuró. Ella asintió, aceptando. Sola otra vez. Pero el deseo de él... quemaba diferente.






