108: Un golpe mas.

Desperté con la garganta seca y un zumbido constante en los oídos. No sabía cuánto tiempo había pasado desde… aquello.

El techo era blanco, demasiado blanco, y la luz que entraba por la ventana me lastimaba los ojos. Intenté moverme, pero algo tiró de mi brazo. Miré hacia un costado: una aguja clavada en mi piel, un suero, y una venda que sujetaba la vía.

Había dos mujeres con uniforme blanco en la habitación. Una estaba revisando una bandeja metálica; la otra tomaba notas sin mirarme. No me dijeron nada, ni siquiera cuando intenté hablar. Sentía la boca pastosa, el cuerpo entumecido, como si hubiera dormido siglos.

Giré el rostro, y entonces lo vi.

En la cuna, al lado de la cama, dormía Enzo. Su pecho subía y bajaba con esa calma que solo tienen los bebés, como si el mundo no existiera fuera de ese pedacito de sueño. Pero no estaba Luca.

Mi corazón se encogió.

El aire se volvió pesado, como si me faltara el oxígeno.

Intenté incorporarme, pero el dolor me atravesó el abdomen.

—¿Dónde
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