Sandro
Llevo a Alba contra mí, su cuerpo vibrando con una energía salvaje, casi indomable. Su piel arde bajo mis dedos, una mezcla embriagadora de suavidad y calor feroz. Pero también siento esa rigidez, ese muro invisible que ella levanta entre nosotros, esa rabia sorda que arde, lista para explotar. Cada latido de su corazón es una revuelta silenciosa, una invitación al caos, un desafío a mi propio fuego interno. Sé, en el fondo de mi ser, que nunca podré dominarla completamente; ella es un torrente indomable, una tormenta desatada que no tengo el poder de contener. Pero más que eso, ardo por tenerla para siempre, por conquistala cuerpo y alma, hasta que nuestros alientos se fusionen y nuestras almas se entrelacen.
La puerta se cierra de golpe detrás de nosotros, un ruido lejano pero brutal, ahogado por el tumulto que se apodera de nuestros cuerpos y de nuestras mentes. Nuestras respiraciones se entrelazan, jadeantes, mezcladas en una danza salvaje. Sus dedos temblorosos, torpes, in