(Punto de Vista de Catalina)
El olor a pólvora y sangre se pegaba a la piel como una segunda capa. La playa estaba sembrada de cuerpos flotando entre algas y casquillos de bala; la marea los empujaba hacia los acantilados como si el mar también quisiera deshacerse de los muertos. Giovanni ya no era más que un recuerdo en forma de jirones de carne quemada. Había apretado el detonador yo misma, y aún sentía el clic bajo mi pulgar, un sonido seco que había terminado con mi pasado y con parte de mi alma.
Dario me arrastró de vuelta a la fortaleza sin decir palabra. Sus dedos se clavaban en mi muñeca, no con violencia, sino con la urgencia de alguien que acaba de descubrir que puede perder lo único que le importa. En el vestíbulo, los hombres nos miraban en silencio; algunos con respeto, otros con miedo. Yo era la hija de Giovanni Moretti, la que había volado a su propio padre para salvar al Capo.
—Llévenla al baño —ordenó Dario a una criada que temblaba—. Y quemen esa ropa.
—No —dije, mi v