El salón estaba abarrotado de invitados, luces doradas y música que intentaba disfrazar el veneno en el aire. Catalina ajustó el vestido negro que su madre había elegido para ella —elegante, discreto, como una sombra más en aquel desfile de poder—. Fingía calma, pero cada músculo de su cuerpo estaba en alerta.Sabía que él estaría allí.Lo había sentido desde el momento en que bajó las escaleras, desde la primera mirada que sintió clavada en su espalda como un ancla invisible. Dario Mancini. No necesitaba verlo para saberlo. Su presencia era como humo denso, envolvente, imposible de ignorar.Trató de mantenerse cerca de su madre, conversando con esposas de socios de su padre, sonriendo con cortesía. Pero incluso así, incluso rodeada de gente, se sentía desnuda bajo aquella mirada que no se apartaba de ella.—Catalina —la voz de Giovanni interrumpió sus pensamientos. Su padre apareció a su lado, impecable como siempre, con ese aire de dominio absoluto—. Es hora de saludar a los Mancini
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