BRANDON
El aire en la sala estaba acumulando una tensión que nunca había sentido en toda mi carrera como CEO. Era como si todos supieran que la habían cag**ado en grande, pero aún esperaban que el golpe final no cayera sobre ellos.
Los miembros de la junta evitaban mi mirada. Otros fingían estar interesados en sus tabletas o en el fondo del café frío que llevaban una hora sin beber. Hipócritas. Veía como sus expresiones cambiaban a raíz de que Adam estaba hablando y confesando todo lo que había hecho.
Me puse de pie sin prisa, alisándome la chaqueta. Cada movimiento calculado, firme, como si estuviera subiendo al estrado de un juicio donde yo no era el acusado. Los papeles se había invertido porque ahora eran ellos los acusados y yo el juez.
Caminé hasta el frente con la calma de un depredador que ya eligió a su presa. Me paré frente a todos, las manos en los bolsillos, la mirada fija.
— Qué curioso —. Empecé, con voz baja pero afilada como una navaja—. Durante años, he liderado est