BRANDON
Estaba que no lograba tranquilizarme. No iba a ser el imbécil de nadie. Lo primero que hice a la mañana siguiente fue cortarle privilegios a Emilia, y no era por el hecho de que no la quería, sino era el hecho de mostrarle que quien tenía el control era yo.
Le bloqueé la tarjeta de crédito principal, con la cual compraba todos sus caprichos. Era estúpi**do y egoísta, sí, pero no estaba dispuesto a perderla.
Habían pasado dos días desde la última vez que había visto a Emilia subir al auto ne**gro aquella mañana, y había algo diferente en ella. Por más que me esforzaba en verla repugnante, me resultaba fascinante verla con esos vestidos de gala, y ese cuerpo escultural que no se atrevía a mostrar conmigo.
Debería no importarme, pero saber que alguien más se la estaba tirando. . . Me hacía reventar el hígado.
Era casi de noche y estaba en el despacho de la casa. Mientras revisaba unos documentos de logística, encontré una hoja impresa que no recordaba haber pedido. Estaba entre los papeles del informe semanal del departamento de guiones.
Un correo impreso.
Asunto: Felicitaciones a Bishop Moon, guionista del año en la gala internacional de Starlight Films.
Mi ceño se frunció. No creí que Bishop Moon alcanzara la fama y el éxito tan rápido. O eso era lo que creía, por lo que hice un sondeo, para saber si valía la pena o no dejarlo continuar.
— ¿Quién es Bishop Moon? —Le solté la pregunta mi asistente, tan pronto respondió.
— Buenos días señor Moretti, es el guionista que está rompiendo todos los esquemas —. Dijo con entusiasmo—. Nadie lo conoce en persona. Solo trabaja con un intermediario. Algunos creen que ni siquiera es un solo autor, sino un grupo. Pero sus guiones tienen una firma única. Suele escribir historias donde los protagonistas están atrapados, obligados a convivir con sus enemigos y luego se rebelan. En realidad ha estado reinventando mucho varios géneros y cada película con su guion es un éxito seguro.
Era suficiente información.
*
Horas más tarde, durante una cena de negocios, un inversionista se acercó a mí. Tenía una copa en la mano al igual que yo. No había decidido llevar a Emilia porque odiaba el drama, y que me estuviera reclamando por bloquear la tarjeta de crédito principal era algo que ella debía de aprender como lección sola.
— Tu esposa estaba en la gala de cine anoche —. Comentó, tomando su copa—. Se veía muy guapa, imponente, me atrevo a decir.
¿Desde cuándo un comentario positivo hacia mi esposa me incomodaba? Mejor dicho, ¿desde cuándo Emilia era el centro de atención?
Me giré lentamente para mirarlo.
— ¿Qué gala? —Sentí el estómago retorcerse al confirmar la conclusión a la que había llegado. Emilia tenía un amante.
— La de Starlight. No la viste en la prensa porque se cubrió con una máscara tipo veneciana. Muy exclusiva. Pero créeme, Brandon, tu esposa se robó todas las miradas ¿Por qué no fuiste a la cena de gala de tu propia empresa?
Mi copa tembló entre mis dedos, Emilia, en una gala, y yo sin tener la más mínima idea. Ella había ido vestida de gala, en la noche y en público. Lo peor de todo es que alguien la había llamado imponente. Yo debí estar ahí con ella.
Ese era mi papel como dueño de Starlight, no el de ella ¿Quién se creía que era? Y no tenía idea de dónde había estado ni con quién ¿Desde cuándo dejé de saber lo que hacía? Mi mandíbula se tensó, porque ¿cómo era posible que no supiera todo lo que hacía mi propia esposa?
No me necesitas, ¿eh? Pensé con rabia contenida.
Era estúp**ido porque quería alejarla, y ahora que lo había logrado, la estaba sintiendo más lejos que nunca, y eso me estaba volviendo loco.
Entonces prepárate, Emilia, porque si creías que podías volar lejos de mí, vas a descubrir lo que es tener a un Moretti pisándote los talones.
— Mi esposa fue en mi representación —. Fue lo último que le dije al tipo, para cuidar la poca dignidad que me quedaba, antes de irme del lugar. Emilia estaba en casa, y ahí es donde yo iría.
***
EMILIA
— Así que ahora vas a fiestas de máscaras sin avisar. Qué considerada.
La voz de Brandon me recibió, apenas cruzó la puerta. No había un “hola”, ni un “¿cómo estás?”, solo el reclamo de haber ido a la fiesta de gala por parte de Starlight. Habían dicho que la temática era de máscaras, solo lo habían hecho por mí, pero tal parecía que no había sido suficiente para que mi esposo no se enterara.
— ¿Fiestas de máscaras? —. Solté con una ceja arqueada, dejando el bolso sobre la mesa de entrada—. Oh, ¿te refieres a la gala por parte de Starlight que no te interesó lo suficiente como para asistir?
Brandon. Caminó hacia mí con pasos tensos, como si el piso le debiera explicaciones.
— No sabía que ahora tenías agenda propia —. Su mandíbula estaba tan tensa que sus dientes protestaron— ¿Qué hacías allá, Emilia? ¿Con quién estabas?
— Lamento que la mujer que has ignorado sea ahora el centro de atención —. Abrí las manos como si se tratara de drama teatral.
— Responde, Emilia ¿Con quién estabas?
— ¿Te preocupa mi compañía, Brandon? Qué raro. Pensé que no querías ni verme —. Respondí con mi sarcasmo afilado—. Tú fuiste quien me dijo que desapareciera lo más posible de tu vista, ¿recuerdas?
— Deja el sarcasmo y responde.
— Tranquilo, Brandon, si ya no me deseas, no te molestes en querer cuidar lo que otros pueden admirar —. Tenía las garras filosas y simplemente estaba atacando.
Su mandíbula se marcó más. Las venas de su cuello comenzaron a tensarse. Esa reacción me habría intimidado años atrás. Hoy solo me producía una mezcla de indiferencia y lástima.
— ¿Te estás viendo con alguien?
¡Pero qué co**jones! Abrí la boca con indignación. Ahí estaba el verdadero motivo de su enojo. No era la gala, ni el vestido. Era la idea de que alguien más me mirara como él nunca lo hizo.
— ¿Estás celoso, Brandon?
— Respóndeme.
— Sí —. Dije, cruzándome de brazos y sosteniéndole la mirada—. Tengo un amante que me adora. Me lleva flores, me escucha, y lo mejor de todo: no me llama “mascota”—. Mentí con cinismo.
En un acto furioso, me pegó contra la pared y me miró furioso a los ojos. Sentí su respiración acariciando la piel de mi cara. Tenía que ser fuerte, a pesar de que moría porque me besara. Nuca lo haría. Mis labios estaban vacíos de él.
Él se pegó a mi cuerpo, amenazante, frío, y con ganas de matarme. Pero esta vez me reí. Una risa seca y amarga, que me salió del alma.
— ¿Te molesta que tenga a alguien más? ¿O es que te molesta que alguien más se atreva a ser lo que tú no quieres ser para mí? —Mi voz era un susurro—. O peor aún, ¿te molesta que me vean. . . O que tú no me veas como antes?
Solo por un segundo la sorpresa lo golpeó al no decir absolutamente nada.
— Deja de estar con estupideces, Emilia. Sigues siendo mi mascota —. Me dolió. Enfurecí.
— Te voy a decir algo, a mí me molestaron cinco años de silencio. Cinco años de mirar la misma silla vacía frente a mí. Cinco años en los que ni siquiera sabías cuándo era mi cumpleaños. Así que, si ahora sonrío, si ahora respiro sin pedir permiso, no es por otro hombre. Es porque estoy harta de estar a tu lado.
— Pues si tanto te lamentas de estar conmigo, a ver si tienes los ovarios de firmar el maldito divorcio y dejar de ser una buena para nada y mantenida, como lo has hecho todos estos años —. Explotó—. Vives rodeada de lujos que no te mereces.
Algo dentro de mí se rompió más. No podía con esto. Cinco malditos años en los que lo había amado a pesar de que lo nuestro solo fuera un acuerdo matrimonial. Lo empujé con tanta fuerza que retorcedió un par de pasos.
— ¿¡Y quién dice que estoy bien con tus malditos lujos!? —Exploté con un par de lágrimas resbalando sobre mis mejillas— ¡Eres un imbécil si crees que para mí el dinero lo es todo!
— ¡Eres una maldita vividora, igual que tu madre!
Me di la media vuelta y fui furiosa a mi habitación.
Esa noche, no lloré. No me envolví en sábanas buscando calor, ni escribí en mis diarios sobre lo que dolía. Me armé de valor y lo único que hice fue abrir la caja fuerte, sacar el contrato prematrimonial, y colocar con cuidado los papeles de divorcio sobre el escritorio.
*
Los había conseguido meses atrás, cuando en un intento desesperado por llamar la atención de Brandon, en su cumpleaños y haberle horneado su partel favorito que terminó en la basura me desmoroné con Leo y Tony.
— Es que. . . ¿Tan mala persona soy para que él me desprecie de esa manera? —Había ido a visitarlos a la mañana siguiente con la excusa de llevarle a Leo mi nuevo guión.
— No, cariño, todo lo contrario, eres tan buena para ese cab**rón, que no lo puede ver porque no está a la altura de lo que vales —. Me abrazó Leo.
— Ese idi**ota merece quedarse solo —. Dijo Tony enfuerecido.
Nos abrazamos los tres y nos quedamos en silencio por un momento.
— Cariño —. Rompió el silencio Tony mientras me limpiaba las lágrimas con un pañuelo— ¿No has pensado que tal vez el divorcio sea la solución a tus problemas?
— Yo. . . No. . . —Titubié porque aunque me había pasado por la mente alguna vez nunca me lo había planteado.
— Sé que lo amas, Em, pero ese hombre no ha heco otra cosa que darte lágrimas ¿No crees que es momento de dar vuelta a la página y aceptar la realidad?
Mis amigos me tomaron de las manos y me miraron a los ojos, que se me llenaron de lágrimas casi al instante.
— Yo conozco un muy buen abogado, que te puede asesorar independientemente de si decides divorciarte o no.
Fui a visitar al abogado al día siguiente y le pedí un par de copias de la solicitud de divorcio para tener listas en mi habitación, por si el momento en que me decidiera dar el paso llegara y yo no pudiera echarme atrás.
Y ese día llegó.
*
Saqué una de las copias de solicitud de divorcio de mi caja fuerte como quien desentierra una bala con nombre y apellido. Tomé la pluma con la mano firme, la misma con la que alguna vez le acaricié el rostro a ese hombre, y estampé mi firma como quien firma una sentencia.
Emilia Ricci de Moretti.
Escribí ese nombre por última vez. Y con orgullo.
No empaqué recuerdos. Solo lo que había comprado con mi propio dinero. Las lágrimas me caían como lluvia de huracán categoría cinco, pero no me limpié por delicadeza, me las barrí con el dorso de la mano, como quien se limpia la dignidad.
Me puse un vestido blanco. Irónico, lo sé. Blanco, como los nuevos comienzos. Blanco, como la paz que buscaba. Blanco, como la rabia contenida que estaba a punto de estallar.
Encima, un suéter tejido. En los pies, zapatos cómodos. No necesitaba tacones para aplastar su ego. Tomé mi equipaje, ese que no pesaba por los objetos, sino por el duelo, y me fui como alma que lleva el diablo hasta donde Brandon aún seguía. No toqué la puerta. No dudé. Lo encontré de pie, con un vaso de whisky en la mano y ese aire de arrogancia que tanto odiaba.
Dejé mi maleta a un lado, y sin titubeos, le arrojé los papeles a la cara.
— Tengo los ovarios bien puestos para pedirte el divorcio, im**bécil —. Le escupí con la voz temblando de furia.
El vaso de whisky resbaló de su mano. Se estrelló contra el suelo como todo lo que alguna vez fuimos.
— ¡No quiero ser más tu esposa!
Me di media vuelta. No miré atrás.
Porque ese día, amor, no me fui llorando. Me fui despierta. Me fui libre. Me fui dispuesta a forjarme una nueva vida lejos de él.