BRANDON
La puerta metálica se cerró tras de mí con un clic seco. El eco del cerrojo recorrió las paredes del cuarto de seguridad como un susurro siniestro.
Adam tenía la cabeza gacha y apenas lo vi, sentí cómo la rabia me recorría los dedos, pero no se me notó. Hoy no iba a darle el gusto de verme furioso.
Hacia apenas nos habíamos agarrado a golpes, porque se quería propasar con mi esposa, pero había cosas que tenía que resolver con él, más allá de una pelea.
Estaba atado a una silla, los puños crispados, el rostro tenso, la camisa empapada en sudor por horas de encierro. Apenas me vio, soltó su veneno.
— ¿Vienes a presumirme tu trofeo? —. Escupió, con una sonrisa torcida— ¿O solo a asegurarte de que me saquen esposado para que Emilia te mire como un p**uto héroe?
Me acerqué sin apuro.
Me senté frente a él con calma, descruzando los puños de mi abrigo, dejando que la tela hiciera ese leve crujido que me encantaba. Sonreí. No una sonrisa común. Era una de esas que nace sin alegría, pe