BRANDON
No había razón para quedarme en esa maldita gala. No le veía sentido cuando últimamente no soportaba a la gente. Las copas estaban llenas de hipocresía y las sonrisas, más falsas que las promesas de una campaña política. Y aun así, ahí estaba yo, con la espalda recta, los hombros tensos y el corazón ardiéndome en el pecho, como si alguien hubiera encendido una bengala dentro. Porque era el maldito Brandon Moretti, el hombre más poderoso de la industria del entretenimiento.
Sin embargo, estaba ahí soportando todo porque ella había vuelto.
Emilia.
La mujer que me había hecho buscarla por seis malditos meses. Mi maldito talón de Aquiles por ese tiempo.
Desde que la vi entrar, vestida como una condenada diosa de la guerra, no había sido capaz de quitarle los ojos de encima. El vestido rojo se pegaba a su cuerpo con la precisión de una fantasía que me atrevía a decir que era erótica. Sus labios rojos como un crimen a medianoche. Su mirada alta, altiva, libre, y de ser la mujer más