La celebración que siguió a la ceremonia fue una mezcla perfecta de elegancia rústica y alegría desbordante. Bajo una carpa abierta que permitía ver el atardecer teñir los viñedos de tonos dorados y morados, los invitados brindaron una y otra vez por la felicidad de los recién casados. Las risas fluían tan libremente como el vino "Legado", que ahora sabía a triunfo y a futuro.
Llegó el momento del primer baile. Elías y Valeria se fundieron en la pista al compás de una balada suave y romántica. Sus movimientos eran un diálogo íntimo, sus miradas promesas silenciosas. Él la sostenía como a lo más preciado, y ella se abandonaba a su abrazo, sintiendo que cada celda de su ser encontraba, por fin, su lugar en el mundo.
Pero cuando la música cambió y los primeros acordes de la canción destinada al baile de la novia con su padre resonaron, una punzada de dolor, aguda y profunda, atravesó el corazón de Valeria. Se quedó quieta un momento, su sonrisa desvaneciéndose. La ausencia de Esteban,