El amanecer en Costa Serena se filtró por las persianas de la suite, pintando rayas doradas sobre la cama donde yacían Elías y Valeria, aún entrelazados. No fue un despertar abrupto, sino un emerger lento y plácido de un sueño profundo. Elías abrió los ojos primero, y su primera visión fue el rostro sereno de su esposa, dormida sobre su brazo. Una paz como nunca había conocido lo inundó. Eran marido y mujer. Las palabras resonaban en su interior con la fuerza de una verdad absoluta.
Valeria despertó poco después, sintiendo la mirada de él. Una sonrisa lenta y feliz se dibujó en sus labios al encontrar sus ojos grises, suaves y llenos de amor en la luz matinal.
—Buenos días, esposo —susurró, su voz ronca de sueño.
—Buenos días, esposa —respondió él, acercándose para besarla con una ternura que prometía un día tan perfecto como la noche anterior.
El desayuno les fue servido en la terraza privada, una explosión de frutas tropicales, jugos frescos y panes recién horneados. Comieron co