512. La chispa que nunca murió.
Narra Lorena.
No me dice adónde vamos, ni siquiera se molesta en explicarme por qué la urgencia, pero sus pasos firmes y su silencio me arrastran por las calles como si la ciudad, de pronto, se hubiera convertido en un mapa secreto que sólo Jean Pierre conoce, y yo camino detrás de él, apenas un poco más atrás, como solía caminar cuando me movía entre pasillos oscuros, casas prestadas, habitaciones cerradas que me recibían con olor a humedad y miedo. Reconozco los muros manchados, las ventanas bajas, los portones herrumbrados, y la memoria me golpea en oleadas, como si el pasado hubiera decidido tenderme una emboscada en cada esquina: este mismo barrio me escondió una vez, estas mismas veredas fueron mis cárceles, mis trampas, mis fugas. El aire me huele a clandestinidad, a transpiración y a pólvora gastada, y de pronto me siento joven otra vez, perseguida otra vez, con la sangre corriendo demasiado rápido en mis venas como para dejarme pensar.
Jean Pierre no habla, fuma con la calma