Narra Jean Pierre.

La noche se abre ante mí como un lienzo sin terminar, con pinceladas de humo, luces débiles de la ciudad y el rumor constante de motores que parecen murmurar secretos en la penumbra, y yo espero, con esa paciencia que en realidad no es paciencia sino un cálculo meticuloso del tiempo, porque sé que cada segundo que transcurre sin acción es también una oportunidad para medir a los demás, para ver cómo se quiebran o cómo resisten, y cuando finalmente la puerta de la habitación se abre y aparece mi hombre de confianza, el espía que ha arriesgado su piel para conseguir lo que necesito, sé que el destino empieza a materializarse en este instante, en sus manos que sostienen un sobre marrón, gastado, lleno de papeles que son mucho más que papeles: son la cartografía del infierno.

El hombre no habla al principio, deja el sobre sobre la mesa, su mirada es nerviosa, como si en lugar de planos trajera consigo fantasmas que aún no se atreven a soltarlo, y yo enciendo un cigarril