563. El aviso y la huida.
Narra Ruiz.
El amanecer se filtra como una daga entre las rendijas del ventanal, con ese brillo gris que parece no querer iluminar del todo, apenas insinuar que el mundo sigue girando aunque uno se haya tirado al agua con la esperanza de que se acabe. El hospital huele a lo mismo de siempre: desinfectante, incienso rancio, esa mezcla que pretende borrar la podredumbre humana con perfumes de pureza, pero yo sé que bajo el agua bendita siempre hay barro, y que hasta los rezos más blancos tienen fondo de sangre.
Ella entra en la habitación con pasos suaves, como si temiera despertarme aunque sabe que estoy despierto, porque nunca duermo del todo, apenas cierro los ojos lo justo para darle al enemigo la ilusión de que puede acercarse. Trae en los brazos un atado de ropa, pantalones oscuros, una camisa limpia, zapatos gastados pero firmes, todo doblado con un esmero casi infantil. No dice nada, pero sus ojos hablan por ella: tiembla de miedo y de deseo, de culpa y de necesidad, y esa contr