375. Lo que corta no es el filo.
Narra Lorena.
El cuchillo pesa más de lo que esperaba. No por el acero, no por la empuñadura que suda en mi mano, sino por lo que significa. Es la suma de todas las noches en la celda, del cuerpo temblando por miedo, del silencio podrido de no tener a mi hija, de esa voz interna que decía: algún día.
Y ahora ese día está acá. Delante mío. Con un rostro que conozco mejor que el mío. Con esa sonrisa que me empujó a amar y a odiar con el mismo aliento.
Ruiz.
Él no retrocede. Claro que no. Se queda parado como si todo esto no fuera real. Como si él mismo supiera que jamás va a morir por manos ajenas, como si el mundo fuera una obra escrita para su supervivencia.
Y yo me acerco.
Mis pasos no hacen ruido. Las cámaras siguen grabando, las luces titilan como faroles en una escena demasiado calculada. Tomás no habla. Solo observa, desde las sombras, como el director que aguarda el desenlace con los labios apretados.
Levanto el cuchillo.
Ruiz no pestañea. Solo me mira. Como aquella vez, en esa