355. El hijo del telón.
Narra Dulce
No hace falta que me digan que algo cambió.
El aire lo dice, primero. Ese olor a polvo nuevo, a cosas removidas con apuro, a trajes viejos que alguien sacó del placard después de años. Como si el teatro donde me tienen, disfrazado de clínica, hubiera comenzado a vestirse para una función importante, de esas que tienen público en las sombras y protagonistas que no saben que lo son. Tengo miedo, pero no lo demuestro. Quiero ver a mi papito, no voy a llorar, no quiero que vea que soy debil, yo quiero ser como él, como mi papi, fuerte, bueno, peligroso como el lobo en el cuento de la Caperucita.
Tengo hambre. Quiero mi chocolatada de siempre, con galletas de chocolate, quiero comer chocolate, un helado delicioso, quiero ir a mi casa, con mi papi.
Pero no debo mostrar que tengo apetito.
La enfermera—la que me llama “tesoro” pero nunca me mira a los ojos cuando pronuncia mi nombre—hoy llegó tarde. Y no trajo desayuno. En cambio, puso una bandeja con frutas que no me gustan y un