356. Respira, director.
Narra Tomás Villa.
El aire en el teatro tiene una densidad que no proviene del polvo ni del abandono, sino de la electricidad contenida en cada rincón, como si las paredes mismas contuvieran la respiración. Y yo camino en silencio por las bambalinas, con las manos detrás de la espalda, sintiendo que cada paso que doy es parte de una partitura invisible, escrita solo para mí, interpretada solo por mí, en la lengua secreta del control.
Todo está en su sitio.
Los micrófonos encendidos, ocultos entre cortinas.
Las cámaras, disimuladas entre los apliques de época, enfocando desde ángulos imposibles.
Los reflectores, programados para encenderse en el momento exacto, con la misma precisión que tendría un bisturí en una cirugía emocional.
Podría decirse que es arte, y no estarían equivocados.
Podría decirse que es locura, y tampoco mentirían.
Pero yo prefiero llamarlo composición escénica.
Y esta noche, todos—cada uno de ellos—están atrapados en mi sinfonía.
Lorena, aún en ese cuarto acondici