292. El teatro de los nombres.
Narra el asesino.
El arte está en los detalles.
En la precisión quirúrgica del telón que cae justo cuando debe.
En la pausa antes del primer aplauso.
En el olor a terciopelo viejo mezclado con humedad y polvo.
Y en él.
Ruiz.
El protagonista de esta obra sin libreto.
Lo veo entrar por el pasillo central, con la campera cerrada hasta el cuello, los ojos ocultos tras unos lentes oscuros. Se mueve como un hombre que ya ha matado muchas veces, y sin embargo teme que esta sea la última.
Se sienta en la fila C, asiento 13.
Exactamente donde lo invité.
El teatro está vacío.
Excepto por mí.
Y por él.
Yo no tengo apuro.
Todo está preparado.
Las cámaras.
Las luces.
El espectáculo final.
Pero antes, la escena más deliciosa: el diálogo con el monstruo.
Me acomodo la bufanda de seda, reviso que el vino esté en la copa correcta, y me siento dos butacas a su izquierda. Le sonrío. Casi como si fuéramos viejos conocidos que no se ven desde una guerra que jamás se declaró.
—Impresionante lugar, ¿no cree