293. Puertas sin cerrojo.
Narra Ruiz.
Me quedo un rato quieto.
No porque tenga miedo.
Sino porque no me gusta sentir que otro me movió las piezas.
La carta pesa poco.
Pero se siente como si tuviera un cadáver adentro.
La abro con un movimiento seco. Nada teatral. Nada lento.
No hay tiempo para boludeces.
Adentro, una dirección escrita a mano.
Una hora: 23:30.
Una frase: “No lleves sombra. Solo cuerpo.”
Lo leo dos veces.
Nada más.
Nada menos.
La letra es elegante. Educada. Como él.
Ese tipo es peligroso. Pero lo que más me rompe los huevos es que… me cayó bien.
Y eso, en mi mundo, es como firmar la sentencia de muerte.
Porque los que te caen bien, te matan más fácil.
Salgo del teatro y camino por la calle como si no tuviera encima una orden de captura.
La policía ya no me busca.
No acá.
Porque el dinero hace milagros.
Y las amenazas, también.
Pero no se trata de eso.
No ahora.
Ahora todo se reduce a una nena con el pelo oscuro que seguro está preguntando por mí, aunque la hayan drogado con canciones de cuna y