283. Ceniza viva.

Narra Gomes.

El olor es distinto.

No es solo muerte, no es podredumbre. Hay algo más. Un dejo de madera vieja, de telón quemado, de polvo que no quiere irse.

La sala de cine está clausurada desde hace años, pero alguien —alguien meticuloso— limpió cada rincón. No para ocultar lo que hizo, sino para prepararlo.

Y eso me jode, porque no es un asesino escapando. Es un anfitrión esperando.Entramos con linternas.

Las luces de la calle no alcanzan a colarse por las rendijas.

Todo es sombra. Sombra densa. Sombra viva.

La víctima está sentada en una butaca de la fila cinco, centrado, como si hubiera comprado el mejor lugar para una función.

Tiene la cabeza caída hacia adelante, los brazos colgando.

No hay sangre visible.

No hay violencia a simple vista.

Pero está muerto.

El forense lo confirma sin que yo tenga que preguntar.

Murió con una aguja en la nuca. Precisión quirúrgica.

Sin lucha, sin ruido.

Lo habían anestesiado antes. Se nota en la piel, en los párpados.

Lo durmieron. Después lo mat
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