282. El cuenco de la luz.
Narra el asesino (anónimo)
Hay niños que rompen.
Otros que se pliegan.
Y algunos… que aprenden a observar.
Dulce pertenece a este último grupo.
Al principio no hablaba. Ni una palabra. Ni una lágrima. Se sentaba al borde de la cama, con los ojos abiertos y los brazos cruzados como si estuviera conteniendo el universo dentro del pecho.
Yo no la presioné.
Los niños tienen su propio idioma.
Uno que no se aprende en las escuelas ni en los hospitales ni en las novelas de autoayuda. Se aprende en la sombra. En el eco. En la repetición del miedo.
Y ella ya venía entrenada.
Hoy habló por primera vez.
No fue un diálogo. Fue una oración.
Corta. Fría.
Precisa.
—Vos no sos un monstruo. Todavía no.
La miré.
No respondí. No había necesidad. Me estaba analizando. Pesando. Midiendo. Ruiz te enseñó bien, pensé. Aunque no le dije eso. No quiero nombrarlo frente a ella todavía. Él llegará a su tiempo, cuando yo lo decida.
Le dejé una lámpara pequeña en la habitación. Luz cálida. Forma de cuenco.
Le cont