197. El animal que sonríe.
Narra Ruiz.
La noche me recibe como siempre, con esa quietud rara que hay en las casas demasiado grandes, cuando el silencio no es descanso sino advertencia. Camino por los pasillos como si fueran parte de mi cuerpo. Cada rincón, cada alfombra, cada cuadro colgado en las paredes que nadie mira más que yo, tiene mi firma. Acá no hay sorpresas. Acá todo me responde.
Hasta que abro la puerta de mi dormitorio y la veo.
Está ahí, acostada sobre mis sábanas, con una bata roja entreabierta, las piernas cruzadas, el pelo mojado cayéndole por un costado del hombro, y la boca pintada de ese rojo que me gusta, ese rojo que siempre me hizo pensar en sangre caliente y pecado.
Brisa. Siempre tan disponible. Siempre tan lista.
La miro desde la puerta, sin entrar todavía. Me apoyo contra el marco, enciendo un cigarro, y le clavo la vista en esa sonrisa torcida que me muestra, mezcla de orgullo y oferta.
—¿Esperás a alguien? —pregunto con sorna.
—A vos, jefe —dice, y se estira como una ga