NARRADOR OMNISCIENTE
Corre andrajosa Cenicienta; ¡corre!
Huye que la bestia de traje te persigue, el hombre voraz, peligroso y salvaje saborea tu andar... Y no dudará.
Corre princesa de los bajos mundos...
Corre, que pactar con salvajes tiene un precio por encima del estándar.
Los pulmones se le retuercen, pareciera que se le estrujan y le arden cuando intenta tomar aire. Nunca fue un problema para ella escapar de los líos, pero hoy su rival tiene las de ganar. Es rápido, astuto y se ha montado en un vehículo de gran porte y velocidad.
La camioneta de brillante esmaltado negro le suspira en la nuca y no vacilará en pasarla por arriba en cualquier momento.
Su zapatilla deportiva, desgastada y sucia le quedó en la acera y entonces escapar le resulta aún más difícil.
Cojea, se agota, se agita… Resbala.
Está acostumbrada a la adrenalina, al mal vivir, a inmiscuirse en callejones oscuros y mal olientes laberintos, no obstante hacerlo en suelos mojados revestidos de una fina y nevada capa de hielo la lleva a trastabillar. Sus pies se entorpecen, su agilidad disminuye, el pavor a ser alcanzada aumenta su frecuencia cardíaca y si eso ocurre, su sistema respiratorio se ralentiza.
Esto dejó de ser un juego.
Se ha convertido en una cacería letal donde ella es el adorable cuervecillo que huye de un temible oso pardo.
Vuelve a recabar oxígeno, aunque le cuesta y se aferra a sus nuevas adquisiciones; el Rolex y varios documentos que estaban dentro del portafolio. No hay mucha cosa que le interese; lo acordado desde el principio fueron los datos y las gráficas de mayor relevancia dentro de la Bolsa de Valores, lo demás lo aventará al río apenas pueda desaparecer del radar de su víctima.
Las gráficas y un buen reloj que le sirva de señuelo es lo único que la avaricia necesita para que la rueda por fin empiece a girar.
Jugará con el Rolex, lo llevará a una costosa casa de empeño y con la paga de semejante pieza no sólo sacudirá el avispero, sino que colaborará con el merendero que años atrás supo acogerla. Plantará distracciones por todas partes, disparará la atención a distintos focos y confundirá a su potencial enemigo.
—¡Señorita!
El grito que viene desde la camioneta la atonta.
Mila ladea la cabeza para reparar en la del chófer quien prendado de la ventanilla suplica que se detenga o su destino será fatal. No requiere de mayores explicaciones; Milton sabe lo que es Jackson. Trabajó para Charles Lennox y cuando el único hijo del matrimonio cumplió diez, el comenzó a trasladarlo, primero a los colegios y cada clase extra que Lola Lennox decidiese pagar para el pequeño, y después al edificio sede, allá en aquel conglomerado de ocho cuadras de largo, en el distrito financiero del Lower Manhattan, en Nueva York.
Milton es un empleado de confianza para el Lobo de la Bolsa. Es discreto, callado y muy cauto, pero sabe perfectamente que el caótico carácter que carga Jackson es de temer. Carece de paciencia, de tacto y hasta de humanidad.
La vida del magnate se ve motivada por los negocios y ahora, son los negocios dentro de su maletín lo que lo traen ardiendo en cólera. Una furia arrebatada, animal y extremadamente violenta que no menguará si la ladrona no se entrega de una buena vez.
—¡Señorita! —lo repite en un alarmante ruego.
El caballero que paga su salario es implacable al ajustar pendientes y esto, más que pendiente ha sido una falta gravísima de la mal viviente, quien pasará una jornada de penurias al haber escogido una víctima equivocada para robar.
—¡Señorita!
Mila ignora el llamado y corre. Corre, negándose ante la posibilidad de flaquear.
Prefiere morir atropellada a pedir clemencia.
Pedir clemencia es recordar cada súplica que le hizo al país que ilegalmente la acogió y cada rechazo que tuvo sabor a cachetada, fracaso y desolación. Hoy en día, Mila Novak subsiste, escondiéndose en la oscuridad de la ciudad, disfrutando de los beneficios que tiene ser una moneda de cambio, pero convenciéndose de que volver a Polonia no será una opción viable jamás.
Polonia...
Podría haberse criado en Polonia tranquilamente.
Podría haber estudiado ciencias económicas y finanzas.
Podría haber formado su propia familia, pero no...
Su pueblo, su casa y su vida tal y como la conocía le fueron arrebatados cuando tenía ocho. Ocho cuando la mafia rusa carbonizó su vecindario, quemando vivos a sus padres y el alma de sus seis hermanas. Ocho preciosos años, cuando la menor de las Novak fue testigo de la sangrienta muerte de su padre, un noble carpintero que forjaba las casitas para los árboles más bellas de Varsovia.
Salem fue su pesadilla vuelta realidad. La plazoleta y el crepitar de los cuerpos aun la tortura por las noches. Las mordazas y las sogas todavía le quitan el sueño. Oleg, se roba sus más puros y bellos momentos con Morfeo.
Ocho años tenía Mila Novak cuando vio a su hermosa, fría y apacible Varsovia arder en llamas.
Los zakone alzaron su reinado de la prostitución, el terrorismo y la invasión en aquel sitio pintoresco que supo ser su hogar. No hubo piedad; para el nuevo rey regente instalado en el Palacio Real de Varsovia relevación ante la esclavitud era sinónimo de tortura medieval. Sin pena aquellos que se negaban a servirle al Vory eran desmembrados y quemados vivos en la gran plaza de la capital, generando así terror, sumisión y un inevitable y clandestino éxodo.
No hay día que pase donde Mila no piense en sus ocho años. Allí nació su verdadera decadencia. Con ocho vueltas al sol, el zakone la inició, le arrebató la inocencia y puso en su cabeza la dolorosa corona de monarca polaca.
Fue apodada reina de sangre y obligada a dormir en los aposentos de su despiadado captor. No obstante, para cuando cumplió nueve, la rebelión avasalló las plumas del cuervecillo y sin mirar atrás, corrió. La séptima bruja del aquelarre supo que correr era huir, y huir significaba libertad.
Escondida en vagones de carbón se escapó de la mafia rusa, y lo hizo hacia un destino incierto. Entre rocas cenicientas, tiñendo toda su blanca, pero ya manoseada piel, Novak emprendió un rumbo y dentro de contenedores americanos se atrevió a cruzar el océano.
Del tren al barco y del barco a los Estados Unidos. Ese fue el trayecto de una inmigrante ilegal de apenas diez que solicitó asilo a la potencia mundial americana. Protección y un buen escondite fue lo que le inculco su padre antes de que la invasión a Varsovia arremetiera contra su hogar, y mucho antes de que los cuerpos de mama y papa ardieran en la plaza pública.
«Pide asilo y jamás regreses a Varsovia»
—¡Señorita!
Las lágrimas se le acumulan en los ojos y traga grueso, procurando no derramar ni una.
Mila no volverá a Polonia; se lo prometió a la memoria de su difunto progenitor; pero el cuervo si lo hará y es consciente de que la guerra traerá consigo un feroz derramamiento de sangre. En los recónditos, oscuros y sádicos pasillos del Palacio Real, el ejecutor aun reclama a su avecilla de negro plumaje y el séptimo pecado, cuya marca trae impresa en la piel. El rey regente y tras quince años de espera, aguarda pacientemente el retorno de su adorado cuervo.
El ruido de la bocina la asusta; la saca de los recuerdos recurrentes y una memoria cargada de penurias. Es tan estridente que se sobresalta y el miedo la lleva al error... A desacelerar.
En el atino por retomar la velocidad la camioneta deportiva se interpone, tocando con animosidad sus muslos de forma tal que el guardabarros de la Range Rover acaba estampándola contra el suelo. El choque es suave pero premeditado. Un golpe inmediato cuyo único propósito es hincarla de rodillas y hacerla gritar de dolor.
Busca desesperadamente moverse, pero su pierna sangra y el crujir de sus huesos al intentar hacerlo detonan en un aullido que es ahogado por su mandíbula apretada.
Ha pasado peores.
Ha vivido historias atroces.
Ha narrado muchos capítulos de su propia novela aún más espeluznantes que este; el del ricachón furioso porque una vagabunda le quitó su juguete favorito.
Vendrá una buena paliza. Ya lo sabe; lo sabe desde hace mucho y sin embargo no ruega y tampoco se disculpa.
Dolerá... Pero Papú la preparó para esto.
Papú la saco del calvario polaco y la escondió en el refugio.
Papú le dio una nueva vida en las sombras de la tumultuosa Chicago.
Papú le enseñó que para sobrevivir en junglas civilizadas se debe ser aquello que los demás quieren que seas; que debes coexistir en la oscuridad, porque en la oscuridad cualquier alma vaga con libertad.
Papú abrió el cerebro de la pequeña Novak, llevándola más allá de su impresionante habilidad con los números y los idiomas, adiestrándola en una realidad repleta de ambiciones e inculcándole que si deseaba podía tenerlo todo.
Las enseñanzas prevalecieron y con ello, la avaricia comprendió que el dolor solo es un estado emocional efímero, así como lo es la felicidad. Supo a base de experiencias que dolor emocional y dolor físico eran estados pasajeros. Que a corto o a largo plazo, los tejidos se reconstruyen, los huesos sanan, la sangre se limpia y los golpes ya no afligen.
—Señorita… —la voz de Milton se va apagando al darse cuenta de que es demasiado tarde.
Mila no puede huir, a duras penas si logra moverse y como le sale, procura apoyar las palmas en el pavimento mojado esforzándose en no resbalar.
La portezuela de la camioneta se abre y un andar firme y temible, con sigilo avanza hacia la polaca, quien no levanta en demasía la cabeza, pero sí avizora la calidad del cuero en semejante calzado.
«Es un par valdría mil en una casa de segunda mano»
Se sonríe y jadea, pataleando en un acto de automática defensa al sentir la inmensa mano del damnificado cerrarse en su cabello.
Es fiero el ricachón y Novak lo sabe. Su porte, altura y complexión triplica el suyo en tamaño, fuerza y resistencia.
—Mugrosa vagabunda me las vas a pagar.
Jackson está irritado y sumamente colérico. Escudriña a la ladronzuela por un breve instante y con el asco pululándole por dentro la avienta al interior del vehículo sin reprimir la violencia con que ejecuta su accionar.
La barbilla de la joven pega contra la ventanilla y su labio inferior comienza a sangrar. Sangra de igual forma que sangra su rodilla mal herida.
—Conduce hasta los galpones de mi padre —ruge el imponente Tarzán; amo y señor de la jungla de cemento.
—¿Los… Galpones?
Un bufido rabioso invade el asiento trasero de la camioneta.
—¿Me quieres contradecir?
La manera tan agresiva en que lo suelta hace que el chofer emprenda viaje de inmediato. Jamás se negaría a cumplir una orden de su jefe, pero si se vio en la obligación de cuestionarlo. Los galpones de Lennox padre en Chicago, así como las bodegas de Lennox hijo en Nueva York son la sentencia final a aquellos negocios que no se pueden abrochar ni dilucidar en buena ley.
—Llegará tarde a su conferencia —sugiere Milton, apelando a la última gota de tolerancia que podría albergar Jackson.
A fin de cuentas, solo es una simple ladrona callejera. Si la muchacha le devuelve los documentos y el reloj, fácilmente podría dejarla ir.
—La conferencia tendrá que esperar —masculla el lobo de la bolsa, contemplando con asco a la joven malherida que no pronuncia ni una sola palabra—. Si no fuera porque los periodistas me atosigan, pedazo de m****a, te ataría al parachoques trasero y te llevaría a los galpones de arrastro —la joven se hace un ovillo y tiembla al reparar en el tiránico semblante del tipo. Su menudez se resguarda entre la parte baja del aterciopelado asiento y la mampara ahumada que la separa del conductor—. ¿No piensas hablar, parásito? ¿Ni siquiera vas a pedirme perdón? —de un diminuto compartimiento que ocupa su portezuela, saca un pequeño frasco de alcohol blanco. Frasco que destapa y que, sonsacando un alarido de dolor en la polaca, vuelca sobre su rodilla sonriéndole con malicia—. Estás lastimada —se lo sisea con sorna, gozando al oír su intenso quejido—. Sucia callejera, si tiraste un bendito papel de esa cartera, te voy a rociar alcohol hasta en los ojos.
Cubre con un dedo el frasco y rápidamente hace efectiva su amenaza.
No espera por alguna respuesta, sencillamente pulveriza el delicado rostro que yace escondido entre los brazos femeninos.
La quiere humillar y la única forma de humillar a un defectuoso imposibilitado de estar a su altura es, causándole sórdido dolor.
Mila es plenamente consciente de las intenciones de ese hombre, por lo que niega una y otra vez, decidida a no soltar vocablo.
—¡Dónde está mi reloj, puta roñosa! —no responde, no lo mira, ni atina a meter la mano en el bolsillo de su deshilachado abrigo— ¿No me vas a contestar? Perfecto —Jackson ordena que se acelere—, pero me lo vas a devolver a la mala o a la peor, te lo garantizo.
El cuervecillo entierra la cara entre sus harapos con olor a humedad y suave perfume cítrico, frotándose los párpados con disimulo, para que el químico no alcance su zona más sensible.
Repara de soslayo y fugazmente en el hombre trajeado. Ese que se quita la gabardina y la chaqueta pese a que el frio congela Chicago y la temperatura no es acogedora en el interior de la camioneta.
El aspecto de su víctima es espeluznante no solo por su carácter y la despiadada violencia que exuda sino también por sus proporciones. Alto, robusto, ancho… Y poderoso.
Mila traga grueso al sopesar que lo que viene no será nada bueno. El coche se detiene y la garra del iracundo sujeto se cierra en su fino, diminuto y mal vestido brazo sonsacándole un jadeo.
No hay un ápice de suavidad en Jackson cuando la jala y lanza de bruces frente a las puertas de un galpón abandonado.
La nieve se mete en sus narinas al caer al suelo y es ahí, que aprovecha a esconder el valioso reloj en su deshilachado soutien.
—Rompe las cadenas y quita los candados —la exigencia es tan helada como el clima y la fuerza del empresario, inexplicable, ya que del cuello del sucio anorak sostiene a la pequeña Novak, alzándola del piso sin ningún esfuerzo extra.
—Señor, su padre...
—Luego me encargo de mi padre, de la prensa y de la maldita conferencia —respirando con fiereza y expulsando su aliento caliente directo a las delicadas facciones de Mila, Lennox la detalla.
El perfume fue algo que jamás pudo olvidar.
Vira la cabeza y aprieta la mandíbula. Aspirar su olor le causa un desequilibrio inmediato. La sucia ladrona huele divinamente y eso es algo de lo que Jackson no puede huir. La fragancia cítrica de la polaca lo altera.
Le romperá las piernas poco a poco, pero al mismo tiempo siente curiosidad e inmensas ganas de observar su rostro. Es la primera vez que lo aprecia con la luz del día y así, es que puede notar que tan nívea y tersa es la piel de su cara, que tan negro, abundante y sedoso es su cabello, y que tan…
El lobo traga.
Sus ojos.
Sus ojos le causan un destructivo impacto al sistema.
Dos perlas con exquisito matiz de verdes.
Ojos almendrados, enmarcados en largas pestañas.
Ojos brillantes.
Ojos peligrosos.
Si otras hubieran sido sus circunstancias y condiciones, Jackson Lennox no habría vacilado en seducir a la andrajosa Cenicienta.
Sumisa, menuda, callada, intrigante...
—Dame mi reloj —sigue tragando, convenciéndose de apegarse al ahora, graznando y repitiendo la orden varias veces en lo que, a rastras lleva a Mila. La adentra en el mohoso galpón y sin medirse golpea la frágil figura de la chica contra una mesa de hierro.
No espera por una respuesta y tampoco una acción, él va expreso al rincón y de allí agarra una fina vara de metal, estrellándosela en las piernas de la polaca, quien se dobla y grita ante el certero cimbronazo del objeto dando en su carne.
El alarido de la ladrona alerta a Milton y el párate de su siniestro patrón es lo que lo mantiene estático.
—Donde vayas y la ayudes... Te echo a la m****a.
El chófer baja la mirada, ojeando cada tanto a la muchacha que sostenida al filo de la mesa va desplomándose en el piso, con el firme propósito de escudriñar a su agresor.
—Te voy a matar a varazos y te juro que nadie vendrá por ti, inmundicia.
Balancea el acero aguardando a que Mila actúe y amando su vida, opte por regresar lo hurtado. Cosa que ella no hace y que en consecuencia acarrea un segundo golpe, fuerte y lacerante directo en las costillas, volviéndola un frágil ovillo al borde del llanto... Y el sofoco.
—¡Mi reloj! —ruge el lobo, hincándose frente a la polaca, rozando su espesa y oscura barba en la suavidad de la mejilla femenina—. ¡Asquerosa bastarda, dame mi puto reloj!
El cabello ondulado, abundante y tan oscuro como su alma le cae a un lado cuando se inclina, procurando amedrentar a la joven hasta el agobio.
—No... No lo tengo —miente la pequeña Novak.
Mentira que detona la risada de Jackson.
—Vaya, vaya —dice en medio de una espeluznante sonrisa, soltándola y poniéndose de pie. Acomodando sus hebras en un moño y su camisa en la coyuntura de sus brazos—. Ladrona, sucia, mentirosa y encima extranjera —los ojos verdosos de la avaricia se abren con desmesura—. Una repelente inmigrante —puntualiza con desprecio—. Una roñosa ilegal que voy a enviar de regreso a su mugroso país —el repentino desespero de la polaca detona la turbia satisfacción del señor Lennox—. ¿De dónde vienes? —la patea entre puntapiés, pero Mila no responde—. Porque si llegaste aquí a morirte de hambre lo que no será tu miserable ciudad.
La chica niega y el triunfo abraza al Tarzán.
—¿Checa? ¿Serbia? ¿Eslovaca? ¿ucraniana? —la pelinegra sigue negando— ¡¿De dónde vienes?! —su tono es estridente y escabroso, pero la agresividad con que la sujeta por el cabello lo es aún más.
—¡Polonia! —chilla, en respuesta.
Una respuesta que logra liberarla del furtivo agarre.
—Qué lugar de m****a —escupe a sus pies—. Y que gente de m****a.
—¡No! —explota el cuervo, aferrándose a su diminuto halo de esperanza—. No puedo regresar a Varsovia.
—Debiste pensarlo antes —el empresario disfruta del pavor en la jovencita y no lo disimula—. Debiste pensar dos veces a quién atracar en la calle.
Con el temblor propio del terror y el pánico a lo que le puede deparar su retorno a Polonia, se saca el Rolex del brasier, entregándolo a su legítimo dueño, arrastrándose a los pies de este para que el salvaje hombre de las cavernas tome lo que le pertenece.
—No puedo volver a Varsovia...
—Tarde mugrosa —Jackson pone en pausa y por el momento el encuentro, y cede a la insistente llamada de su padre—. La vas a vigilar un buen rato —indica a su empleado—. Amárrala si es necesario.
—Sí señor.
El empleado acata. Siempre acata y siempre acatará porque sabe en qué bando le conviene estar.
—Voy a atender un importantísimo asunto y luego, vendré con un agente de migración para que te deporte a tu roñoso país —se coloca el Rolex en la muñeca y le regala una sardónica sonrisa—. Polonia te dará una inolvidable bienvenida, sin lugar a duda.
Hace crujir su nuca y se echa a andar… Convencido de que regresará. En los galpones yace su pase expreso a la libertad y no desaprovechará la oportunidad de oro para conseguirlo.