JACKSON
Paro frente al reflejo de un inmenso cristalero y allí me miro. Arreglo el cuello de mi camisa, ajusto mi corbata y estiro la última vuelta de la goma elástica para que del moño no se escape ningún mechón.
—¿En dónde te metiste? —Adam se olvida que trata con su jefe y no con un valet parking. Viene hacia mí, se me para delante y cuando creo que por fin tendrá los huevos bien puestos para decirme que deje de joderle le existencia, solamente exuda espanto. Es el típico buen empleado que sabe lidiar con lo de siempre pero que, cuando se le presenta una dificultad parece estar al borde de un paro cardiaco.
—Mucho tránsito —lo respondo con liviandad y desinterés. Siendo franco, de vez en cuando no me molesta pecar de impuntual.
—¡Ya no sabíamos qué otra cosa hacer para entretener a la prensa! —le paso por al lado, escuchando la tediosa exclamación que me sonsaca una sonrisita.
—Vas a tener que aprender Adam —dicto—. Mis asesores deben servir frente a una computadora, con los números y también en las conferencias. Sobre todo, en las conferencias.
—¡Pues me vas a disculpar, pero esta es una gran oportunidad de ratificar al corporativo Lennox frente a los medios y que yo sepa Lennox no es mi empresa, sino tuya! Trago grueso y enfrento con cierta hostilidad a Adam.
—Si no puedes manejar ciertos asuntos, delégalos a alguien más —del bolsillo de mi pantalón agarro los gemelos y mientras avanzo al salón de reuniones me los coloco—. Eres bueno en lo que sabes hacer, pero fracasas en lo que no y eso te convierte en un inútil —freno y de refilón ojeo su semblante descompuesto—. No tolero inútiles en mi equipo.
—No volverá a ocurrir, Jackson —ahí está de nuevo, el maricón y silencioso asesor de finanzas.
—Es lo que espero.
Lo dejo relegado, abriéndome paso entre la gente para abordar la sala de conferencias, allí donde me recibe un orador. Un tipo bastante mayor que me da una mueca amena cuando se que por dentro me esta mandando a la reverenda m****a. No es para menos su molestia. Las sillas se encuentran ocupadas en su totalidad; desde la primera fila hasta la última. Cientos de personas vinieron de distintas partes del mundo a escuchar un monólogo acerca de inversiones y resulta que el invitado de honor llegó tarde. Un montón de accionistas y empresarios de rubros variados apoyaron el culo en el asiento para oírme a mí; justamente a mí y encima, develando mis técnicas, mis estrategias y cómo comprando valores en la bolsa americana engrandezco una empresa y destruyo otra.
Doy zancadas firmes y seguras directo al escenario, simulo amabilidad y saludo a las infames caras que ni por un solo instante desvían la atención de mí.
—En primer lugar —Oscar, Javier, Wilde o como se llame me entrega el micrófono—, estoy completamente agradecido de que estén aquí.
El verso.
Es el mismo verso repetido cada año. Si supieran lo que realmente me atraviesa la mente, saldrían corriendo no sin antes escupirme directo a la jeta. En mi opinión, cada persona que aparece en este tipo de eventos se transforma en persona sin oficio. Gente que caga dinero y no sabe en qué gastarlo. Gente que me importa un bledo. Gente ociosa que desperdicia quinientos dólares en escucharme, en vez de salir al mundo a buscar su propio éxito.
En definitiva, gente de m****a, sin motivaciones, sin creatividad y sin un gramo de inteligencia. Gente cazatalentos. Gente estúpida. Gente que piensa que voy a pararme aquí, a contar como es que facturo millones a diario.
—Señor Lennox —la voz de un sujeto viniendo de la primera fila corta mi discurso incluso antes de iniciarlo—. Del periódico del NewYork Times, Derek Burton.
Suelto la carcajada, negándole de antemano. Los periodistas son todos unos malparidos con intenciones decadentes.
—Al menos podrías esperar que diga unas palabras.
Levanto el brazo y estiro mi camisa para ver la hora en mi reloj. No van ni diez minutos y ya quiero que esto se acabe, porque con honestidad, cosas más interesantes y entretenidas me esperan en los galpones.
Hacía mucho algo no me causaba tanto enojo, placer y diversión. Llevaré conmigo a un bendito agente migratorio y haré de la existencia de esa andrajosa un infierno. Un verdadero infierno.
—Señor Lennox, admiramos profundamente su labor y la forma en que ha incrementado el patrimonio de su familia —«lo sé. Sé que lo admiran. Fui premiado por el NewYork Times en cuatro oportunidades» —no obstante, y dado que usted es un empresario que rehúye a los medios de prensa, me veo en la obligación de preguntarle, ¿le ha tomado por sorpresa la filtración del vídeo y las declaraciones?
Su interrogante me hace parpadear, en tanto mi padre voltea de inmediato, fulminando al periodista con una mirada.
—¿Relacionado a mi charla motivacional? —contraataco alzando la ceja.
—No.
—Entonces, remitámonos a esto, por favor.
Mi vaso mental de paciencia desborda y mi error cae en una secuencia de desaciertos. Le pido al del NewYork Times que sea cauto y se limite al contexto, pero por supuesto no acata.
Lejos esta de cerrar el hocico y mucho más lejos se encuentra, de separar el ámbito laboral de la farándula.
—Me es inevitable no mencionarlo —sigue sin inmutarse—. Una modelo reconocida declaró hace no mucho más de veinte minutos y para nuestro periódico que realizará en su contra una demanda por abuso sexual, agresión física y daños psicológicos.
Los jadeos y expresiones de pavor, asombro y confusión llenan la sala conferencial. Mis asesores se cuelan en el escenario y mi padre se levanta del asiento con tal rabia que su primer estallido me tiene a mí como destinatario. Charles ruge mencionando mi nombre, pero por mi parte solamente consigo enfocarme en el reportero.
—¿Cómo fue que dijo? —siseo.
—Una modelo hizo público un fragmento de vídeos entre ambos, en donde usted la agrede físicamente y le repite que no dudará en atentar hacia ella o su familia si no cumple las condiciones establecidas —saca un bloc de notas que muero por hacerle tragar y también un bolígrafo—. ¿En qué se basa esa condición? ¿Cómo afrontará un empresario de su investidura tal denuncia?
El murmullo crece y mi asesor de relaciones públicas da por concluido el monologo que no fue, pidiendo con calma que se abandone el lugar hacia el salón buffet; que la presentación será pospuesta hasta nuevo aviso y que disfruten del almuerzo internacional.
Mi padre es el que le agrega leña al fuego.
Nada más y nada menos que mi padre, quien envalentonándose me lleva entre empujones más allá de las gruesas cortinas azules que separan el escenario del gran camarín.
—¡Estoy cansado! ¡Me tienes harto, Jackson! ¡Harto! —se toca el puente de la nariz y se pasea de un lado a otro con histeria—. ¡Sé que te gusta la vida de soltero y tirarte a cuanta mujer te plazca...
—¿Me dejas hablar?
—¡Yo no te lo recrimino! —estalla—. Detesto que dejes mi apellido por el suelo cada vez que usas tu estúpida chequera para pagarle a una ramera. ¡Odio tu informalidad y tu forma de mancillar a la gente… ¡Pero me la he aguantado porque jamás tu vida personal afectó el negocio... ¡Hasta hoy!
—¿Hasta hoy? —le enarco una ceja—. Soy extremadamente discreto y sigiloso a la hora de lidiar con mujeres...
—¡Claro! —bufa con ironía—. Por eso hay una joven allá afuera que está divulgando barbaridades en la prensa —se pasa la mano por el pelo inundado en canas, con desespero—. ¿Sabes en qué posición nos deja? —resopla—. Sea verdad o no... Es una mancha a nuestro imperio.
—Wo, wo, wo —interrumpo a secas—. ¿Estás dudando de mi comportamiento y mi credibilidad?
Charles Lennox suelta una sarcástica risotada.
—¿Dudando? —niega con vehemencia—. No estoy dudando; lo doy por sentado. Tu comportamiento fuera del ejecutivo es aborrecible.
—Mi comportamiento nunca te importó —mascullo en tono repentinamente glaciar—. Si yo genero dinero, mi comportamiento jamás te importará.
—Exacto —replica, guardando las manos en los bolsillos de su pantalón de traje—. Pero si no lo generas y, por el contrario, pierdes… Te aseguro que, si será de mi incumbencia, y mucho.
—Despreocúpate —espeto—. Yo me voy a encargar de la filtración, la mujer y la jodida prensa. Charles levanta el dedo, apuntando en mi dirección amenazantemente.
—Sé que lo quieres hacer —sopesa en un graznido—, y no lo voy a permitir. Hasta aquí llegó mi tolerancia, Jackson. Me convenciste de no casarte con Amelie, pero la estupidez se terminó. Vas a organizar una cena para los Hamilton y te vas a comprometer con esa muchacha, ¿entendido?
Por primera vez en mucho tiempo lo que sale de su boca me sorprende de veras.
—¿Y esta estupidez? ¿De dónde viene semejante ridiculez?
—Ninguna estupidez —refuta con desdén—. Amelie fue tu oportunidad de oro y te diste el gustazo de romper el compromiso que tenían —se detiene en mí, observándome con determinación—. Tienes treinta días para encaminar una nueva relación con Amelie Hamilton. Si no te casas con ella dentro de un mes, te retiraré de la bolsa y del imperio.
—¿Te estas oyendo? —la cólera me vence y solo pienso en lo mucho que se agranda mi odio—. ¡Lo que estás diciendo son puros disparates!
—No son disparates; es un ultimátum. Si lo que más adoras es Wall Street te vas a comprometer, de lo contrario... Ve buscando un nuevo empleo.
[...]
MILA NOVAK
De refilón y con desconfianza miro al chófer del tarzán ricachón.
—Oye —lo mascullo, pero él me ignora por completo así que me veo en la obligación de hablar más alto—. ¡Oye!
Rechino los dientes ante el agudo y abrumador dolor que se desplaza por mis piernas. Empieza por mi pantorrilla y asciende hasta alcanzar mis muslos. Dolor, ardor, quemazón. El maldito y adinerado bastardo me azotó con una vara.
—Niña, nada de lo que digas me hará sacarte las esposas.
Giro las muñecas. Mis manos son pequeñas y guardo las esperanzas de poder quitármelas sola, lo que es en vano ya que solamente consigo raspar mi piel con la fricción del acero.
—Por favor... —hago un mohín— Te lo suplico.
El conductor; quien por órdenes de su patrón me dio con la maldita camioneta, se apoya en el marco de una pared hecha en concreto.
—Me das mucha lástima. En serio me apena verte —se rasca la nuca—, pero lo que haces está mal.
Abro con desmesura los ojos.
—Lo que yo hago está mal, pero lo que tu jefe hace está peor. Y lo que tú haces está doblemente peor que eso —el sujeto que tan noble parecía y tan sinvergüenza resultó ser, se encoge de hombros—. Él podría ir a la cárcel de por vida, y tú también.
—No pasará jamás tal cosa —indica con abrumadora convicción—. No te ofendas niña, pero es más probable que tú te quedes una década tras las rejas por ladrona, que Jackson —se aclara la garganta y a mí me dan ganas de abrírsela al medio con un bisturí—. El señor Lennox tiene estatus, muchísimo dinero y grandes influencias.
—Si me deportan iré a mi país —reclamo, tragándome el orgullo—. Si regreso a Varsovia me prostituirán y luego me asesinarán. Yo no puedo volver. No puedo...
El tipo parpadea y su aura de matón desaparece. Por un instante creo que duda, fantaseo con que me libere de las esposas y me deje ir, pero al segundo retoma su glaciar postura de hijo de puta y me repara con frivolidad.
—No te puedo ayudar —sopesa—. Uno debe saber de qué lado ponerse y de qué lado le conviene estar.
Lanzo una escupida, y en un inentendible polaco para él dicto un mote perfecto para tan vil gusano.
«Chupa vergas»
—El día de mañana vas a ser uno más —lo prometo, notando que para el chofer prima la lealtad que tiene para con el salvaje trajeado—. Vas a ser uno del montón. El lado conveniente te va a usar y cuando seas una bolsa de m****a te pegará una grandiosa patada en el culo —le dedico una venenosa sonrisa—. Lo cual me encantaría poder ver.
El hombre palidece y mi corazón se encoje al escuchar el ruido de un coche aparcando fuera. El motor se apaga y el sudor me empapa la espalda cuando las pisadas inundan los galpones. Pisadas, voces y risas.
El ricachón y un acompañante… Ambos se acercan.
El tipo de aspecto peligroso y abundante cabellera castaña se para delante de mí y sonriendo con petulancia se cruza de brazos.
—¿Mi chofer te trató con decencia, ratita?
—Tu chófer no tuvo la valentía de dejarme ir. ¿Le faltaron huevos o será que el jefe al que también se los chupa se los arrancó de un jalón?
El semblante del cavernícola se ensombrece; se torna siniestro y tiránico.
—Cállate roñosa. Cállate o te voy a cortar la lengua y la mandaré por encomienda derechito a Varsovia. Inmediatamente bajo la cabeza. Si pienso en Varsovia todo se me desmorona. —Lo... Siento. —Mejor; mucho mejor —su estridente y grave risa vuelve a llenar mis oídos—. Ahora inmunda roñosa, presta atención —con cautela miro donde me indica: al otro sujeto que se encuentra de pie—. Él se llama Damien, es agente migratorio y en un dos por tres te devolverá sin un centavo a la asquerosa Polonia —el temblor me recorre al imaginarlo—. Pero como hoy estoy de buenas seré misericordioso contigo, bastardita. —¿M... ¿Me p-puedo ir? La carcajada que le emana me sabe a fuerte cachetada. —Mi benevolencia no se mezcla con la estupidez, ratita ridícula —se relame y que lo haga me empequeñece aún más—. Únicamente te voy a proponer un trato —se acuclilla a escasos centímetros de mi—. Te casas conmigo y te garantizo permanencia en esta turbulenta ciudad o... Rechazas mi humilde ofrecimiento y te mando como la peor escoria existente, en un barco derechito a tu andrajoso país. —¿C-cómo...? —Lo que oíste pedazo de burra. Yo necesito una esposa; la más estúpida e inservible de todas —me suspira en el rostro—. No tienes demasiadas opciones; es aceptar o aceptar. Matrimonio o el mismísimo infierno, tú decides.