—¡Corte, corte, corte! —la arenga llega al unísono en el momento que, a las risas, Jackson empuña la cuchilla.
—¿Mucho o poco?
—¡Un buen pedazo, jefe!
Cruzándome de brazos y con negativas de por medio contemplo a mi marido, quien, con un buen estado de embriaguez, el utensilio en una mano y su vaso de whisky y un habano en la otra, baila alrededor del pastel de bodas.
—¿Sólo uno?
Se parte en carcajadas y los miembros del corporativo y demás empleados; esos que eligieron quedarse hasta el final de la fiesta aplauden con el fervor del alcohol y la celebración colándoseles por las venas.
Suspiro profundo y apoyo los codos en una mesa repleta de copas vacías, para, desde ahí reparar en Jackson, comportándose como lo que realmente es: un salvaje.
Se soltó el cabello, se sacó la chaqueta y se desprendió la camisa. Fuma a placer y bebe sin importarle otra cosa.
Está feliz... Y me gusta verle feliz.
La sonrisa bobalicona muere y trago.
Ojalá el recuerdo de este día sea el bálsamo que le ayude