Mundo ficciónIniciar sesiónValentina se dejó caer en el sofá de terciopelo del salón principal de la villa Vieri. El espacio, con sus techos artesonados y sus lámparas de araña venecianas, se sentía sofocante esa noche. Su mente, habitualmente un torbellino de ideas para eventos y arte, estaba atrapada en el recuerdo de un par de ojos grises tan fríos como el hielo de un glaciar. Sentía el peso de la culpa por el caos que había desatado y, más aún, por la electricidad que había sentido al tocar al hombre.
A su lado, su madre, Valeria, la observaba con esa mezcla de diversión y la preocupación que solo una esposa de la mafia podía dominar. —Tu reporte policial de la noche: ¿muertos, heridos o solo vergüenza social? —preguntó Valeria, tomando un sorbo de su té. Leía la tarjeta de presentación: Gabriel Volkov. El apellido resonó con una nota discordante en el lujoso silencio. —Solo aceite de nuez sobre un traje que valía más que mi coche, Mama. Y un hombre muy, muy frío —murmuró Valentina, masajeándose las sienes. —¿Frío? En Milán, eso es solo buen gusto —Valeria dejó la tarjeta sobre la mesita de mármol—. Pero Volkov... ese apellido no es italiano. Antes de que Valentina pudiera ampliar, Alessandro, el mellizo, irrumpió en la sala como una tormenta. Estaba furioso y su esposa, Aurora, lo seguía con la paciencia de una mujer que había aprendido a dominar su propio infierno. —¿Volkov? No puede ser. Lo confirmé con Marco: ese apellido es clave en el sector sur de la Bratva. Un Kapitán —Alessandro se acercó a su hermana, su rostro endurecido por la rabia y el instinto protector—. Te lo prohíbo, Valentina. No te le acerques. Ni para devolverle el traje. Esos tipos son veneno. —¡Es suficiente, Alessandro! —replicó Valentina, sintiéndose infantilizada—. Solo derramé aceite sobre su traje, no invité a la guerra. Y yo soy lo suficientemente grande para decidir con quién me siento a la mesa. No tienen por qué preocuparse por mí. Es mi empresa. —Tu "empresa" está financiada con el dinero de Papa, sorella —espetó Alessandro—. Este juego es demasiado peligroso para tu 'calidez caótica'. ¡Te lo prohíbo! Aurora intervino, su toque sobre el brazo de Alessandro era una señal de alto. —Alessandro, tu hermana es adulta —dijo Aurora con calma, pero su voz tenía un filo de acero—. Si te preocupa tanto el caos en la familia, ve y arregla tu propio desorden. ¿No tienes entradas del casino que revisar? ¿O tal vez puedes ir a ver si tus gemelas ya se durmieron? Valeria asintió con aprobación hacia Aurora, luego miró a su hijo con la autoridad de una matriarca. —Aurora tiene razón. Alessandro, ocúpate de lo tuyo. Y en cuanto a ti, Valentina, tienes razón. Eres dueña de tu trabajo, pero esto va más allá de un derrame. En ese momento, Matteo, el hermano menor, hizo su entrada. Su presencia cambió la atmósfera. A sus veinte años, había dejado atrás la dulzura. Su traje era impecable y sus ojos oscuros, inexpresivos. Ya no era solo el hijo; era el reflejo inconfundible de su abuelo, Marco Vieri. Caminó con una lentitud deliberada, proyectando una gravedad que helaba la sangre. Valentina sintió un dolor agudo al verlo. Él era el único que la entendía sin palabras, y ahora era un extraño. —Matteo —Valentina lo llamó, su tono casi suplicante—. ¿Por qué has cambiado tanto? ¿Dónde está el chico dulce que solía ser? ¿Por qué tienes esa cara de Marco? Matteo detuvo su marcha y por un instante, su máscara se resquebrajó, revelando una sombra de dolor antes de que la disciplina regresara. —El dulce no sobrevive en Milán, Valentina. Mi rostro es el que se necesita. Y tú... eres una distracción. Si vas a hacer negocios con la Bratva, espero que no arruines las cosas. Este es un juego de hombres serios. La crítica helada de su hermano dolió más que la prohibición de Alessandro. Finalmente, Demian Vieri entró. Llevaba una chaqueta de terciopelo que contrastaba con su rostro, ahora tenso. —¡Suficiente! —Su voz retumbó—. El apellido Volkov es clave en la Bratva. Es un Kapitán. Pero esto es lo peligroso: no tengo idea de quién es. El nombre "Gabriel" no está en mis archivos ni en los de mis contactos. Es un fantasma. Y los fantasmas suelen aparecer para cobrar deudas. —¿Y qué quiere un fantasma de la Bratva de nuestra hija? —preguntó Valeria, acercándose a su esposo. —Quiere algo de mí, Valeria. Valentina solo fue el cebo. Me acaba de llegar una llamada. Volkov ha ofrecido siete millones de euros para "invertir" en tu próxima exposición de arte, Valentina. Quiere una reunión de negocios mañana por la noche, aquí, en la villa. Demian suspiró. —Es una invitación que no podemos rechazar. Es un número ridículo, lo que significa que no busca dinero, sino acceso. Quiere sentarse a mi mesa. Quiere probar mis defensas. Valentina, prepara esa exposición. Iremos a ciegas, pero no pareceremos asustados. [24 Horas Después - El Estudio de Gabriel] El apartamento de Gabriel Volkov era un manifiesto de su psique: una mezcla de lujo sobrio y funcionalidad militar. Gabriel caminó sobre el suelo de madera oscura, cada paso era intencional. Su mente trabajaba a una velocidad frenética, analizando los movimientos de Demian Vieri. Dejó el tweed arruinado en la mesa. Había revisado el expediente ampliado de Valentina. Las multas por exceso de velocidad, la tendencia a interponerse en peleas callejeras por defender a desconocidos, la defensa de su "empresa". Una mujer que confunde la impulsividad con la valentía, pensó. Un error de cálculo en la genética Vieri. —Igor, el cebo ha funcionado. Vieri ha aceptado la reunión —le dijo a su segundo al mando. —Siete millones de euros es un precio alto para una reunión, Kapitán. —Es el precio de mi anonimato. Demian Vieri está enloqueciendo porque no sabe mi quién ni mi por qué. Él debe asumir que busco territorio. Él nunca debe adivinar que busco venganza por lo que hicieron. Gabriel miró el perfil de la villa Vieri en la distancia. Su venganza era una ecuación matemática forjada en dos décadas de disciplina. —El plan debe ser quirúrgico. Debo establecer una condición que me dé acceso continuo y cercano. Algo que Vieri no pueda rechazar sin parecer débil, pero que a la vez involucre a su debilidad más grande: Valentina. Se sentó frente a su pantalla, donde los rostros de los Vieri estaban en un mosaico. —Alessandro es un obstáculo predecible. Matteo es peligroso, ha heredado la frialdad de su abuelo, Marco. Demian lo está moldeando. Pero Valentina... ella es el interruptor de encendido y apagado de Demian. Su padre no soportará verla sufrir. Gabriel pensó en el momento en que ella lo había tocado, en la calidez de su mano contra el frío de su piel. Fue un choque eléctrico. —La condición debe ser pública y debe apelar a su ambición —murmuró Gabriel, más para sí mismo que para Igor—. Si la prohíbe, ella se rebelará (su caos). Si acepta, queda comprometido. Igor esperó. —Mi condición para los siete millones será: la Señorita Valentina Vieri debe ser mi asesora personal de adquisiciones de arte durante los próximos seis meses. Igor se quedó paralizado. —¿Seis meses? ¿A solas? Eso es demasiado riesgo, Kapitán. —Es el riesgo que garantiza la victoria. Es una prueba de confianza que él no puede rechazar públicamente. Y me dará el tiempo suficiente para desmantelar su red desde el corazón. Además, Igor —Gabriel se levantó, con una sonrisa que no auguraba nada bueno—, la joven Vieri tiene una energía que me molesta. Necesito controlarla. Tomó su abrigo. —Prepara el coche. El espectáculo de la cortesía empieza en dos horas. Entraré como inversor fantasma. Saldré como el depredador de Milán.






