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CAPITULO 3: El depredador en la mesa del lobo

La villa Vieri brillaba bajo las luces de la noche milanesa, pero para Valentina el aire se sentía más denso que de costumbre. La elegancia opulenta del comedor principal, con sus frescos en el techo y sus cubiertos de plata, no podía ocultar la electricidad de la tensión. La cena no era una cena; era una trampa de ajedrez donde las fichas se movían con hostilidad disfrazada de cortesía.

Valentina lucía un vestido verde esmeralda que complementaba sus ojos cálidos y contrastaba con el traje de lana negra que había elegido para imponer seriedad. Intentaba proyectar calma, pero su mente caótica no paraba de catalogar los movimientos de Gabriel Volkov, su invitado, su cebo y su potencial perdición.

Gabriel ya estaba sentado a la cabecera de la mesa, a una distancia estratégica de Demian Vieri, quien lo observaba desde el extremo opuesto como un león vigila a una presa inesperada. Gabriel había llegado puntual, solo con dos guardias de seguridad discretos pero visiblemente letales que se quedaron en el vestíbulo.

El Kapitán ruso era la encarnación del orden: cabello oscuro peinado hacia atrás, facciones afiladas, y un traje impecable que gritaba un precio exorbitante y una dedicación a la perfección. No había rastro del aceite de nuez.

—Señor Volkov, gracias por honrarnos con su presencia —dijo Demian, su voz era profunda y educada, pero sus ojos no sonreían—. Es raro que un inversor de su... calibre... se interese tanto por el arte contemporáneo.

Gabriel inclinó la cabeza, su movimiento era tan controlado que parecía ensayado.

—El arte, Señor Vieri, es la única manifestación del caos que vale la pena controlar —respondió Gabriel, su acento eslavo era sutil pero inconfundible—. Y en el caos, a menudo se encuentran las mayores oportunidades.

Al mencionar el "caos", sus ojos grises se desviaron hacia Valentina. El contacto fue rápido, pero le encendió la piel. La calidez de ella era un virus que él no podía permitirse.

A la mesa, la familia Vieri jugaba sus roles:

Valeria era la anfitriona perfecta, sonriendo y ofreciendo vino, aunque sus ojos de jade nunca dejaban de analizar a Gabriel, buscando el punto débil que su esposo pudiera explotar. Alessandro se sentó junto a Valentina, con la mandíbula tensa. Cada vez que Gabriel miraba a su melliza, Alessandro intervenía ruidosamente en la conversación con preguntas agresivas sobre el mercado financiero ruso, intentando marcar territorio.

—Usted habla de oportunidad, Volkov, pero la Bratva suele buscar territorio, no cuadros —atacó Alessandro, sin rodeos.

Gabriel lo miró con una paciencia glacial, como si estuviera observando a un niño malcriado.

—El territorio es efímero, Señor Vieri. Un buen cuadro o una inversión artística estratégica duran generaciones. Y le aseguro, no soy aficionado a las peleas de patio de recreo. Mi tiempo es valioso.

—El mío también. Así que, Volkov, ¿por qué siete millones de euros por una exposición local? —interrogó Demian, y el ambiente se congeló.

Valentina sintió que debía intervenir. La reunión era sobre su trabajo, y no iba a permitir que la convirtieran en una escaramuza mafiosa sin su participación.

—Señor Volkov —dijo Valentina, su voz era clara y ligeramente más alta que la de su hermano, recuperando el centro de la mesa—. Agradezco el interés en la galería Arte Caótico. Pero antes de hablar de siete millones, necesito saber qué espera exactamente a cambio. ¿Patrocinio exclusivo, derechos de venta, una pieza específica?

Gabriel finalmente le dedicó toda su atención, y la mirada fue intensa. Para él, Valentina era una combinación de impulsividad imprudente y una belleza que lo irritaba por su capacidad de distracción.

—Señorita Vieri —dijo Gabriel, su voz baja y resonante—. Espero que su trabajo refleje su personalidad. Vi su... pasión por el arte la otra noche. Busco una socia que no tema al riesgo. Una socia que entienda que, a veces, para crear la obra maestra, hay que romper las reglas.

Él estaba hablando de negocios, pero Valentina sintió que estaba hablando de ella, de su caos, de la forma en que corría descalza para salvar una cena. El juego de palabras, el doble sentido, la hizo sonrojar ligeramente, un hecho que no pasó desapercibido para nadie, especialmente para Alessandro.

Matteo, el hermano menor, se mantuvo en silencio durante la primera hora. Estaba sentado al lado de Aurora, su semblante grave y sus ojos oscuros analizando cada microexpresión de Gabriel.

Aurora, por su parte, le susurró algo a Matteo, un comentario rápido sobre la necesidad de paciencia, pero Matteo solo negó con la cabeza, su aura de Marco Vieri se hacía más pesada.

—Padre —dijo Matteo, irrumpiendo en la tensa cortesía, su voz era baja y sin emoción—. Si el Señor Volkov no tiene un objetivo claro, esta es una pérdida de tiempo. Es un movimiento de flanco.

Demian asintió, orgulloso de la perspicacia de su hijo menor.

—Una pérdida de tiempo de siete millones, Matteo. Volkov, convenza a mi hijo —dijo Demian.

Gabriel sonrió, pero era una sonrisa de depredador, no de diversión.

—Joven Vieri, ¿usted cree que una vida se puede medir en un solo negocio? Mi verdadero interés es la estabilidad a largo plazo. Las alianzas. Su familia, su padre, tienen una red que a la Bratva le interesa mantener intacta. Mi inversión es un apretón de manos muy caro. Pero para sellarlo, necesito una prueba de confianza.

Aquí vino el golpe maestro de Gabriel, un movimiento que nadie vio venir.

—Mi condición para los siete millones, Señor Vieri, es esta: la Señorita Valentina Vieri debe ser mi asesora personal de adquisiciones de arte durante los próximos seis meses. Solo ella. Solo yo. Para probar que nuestras redes pueden fusionarse sin que la desconfianza interfiera.

Un silencio aterrador se instaló en el comedor.

Alessandro se levantó de un salto, golpeando la mesa.

—¡Es ridículo! ¡No voy a permitir que mi hermana...!

—¡Siéntate, Alessandro! —ordenó Demian, su voz era un trueno sordo que silenció al mellizo.

Valentina sintió que el aire le faltaba. Seis meses a solas con este hombre que era el control absoluto, el hielo. Era peligroso, sí, pero también era la mayor oportunidad para su carrera que jamás había tenido. Y él la había elegido a ella, su caos.

—Es una condición inaceptable —dijo Valeria, rompiendo el silencio.

—No, no lo es —intervino Valentina, mirando directamente a Gabriel. Su impulso caótico se encendió, y la adrenalina era un chute de valentía—. Es mi negocio. Y es mi decisión.

—Valentina... —siseó Alessandro.

—Padre, quiero aceptar —dijo ella, sin quitarle los ojos de encima a Gabriel—. El Señor Volkov quiere una prueba de confianza. Le daré esa prueba. No me iré a Moscú; me quedaré aquí y trabajaré en mi estudio. No tienen que preocuparse por mí. Soy adulta.

Gabriel Volkov, el Kapitán ruso, no movió ni un músculo, pero en el fondo de sus ojos, Valentina pudo percibir un brillo. Él había ganado. La había usado como cebo, y ella había mordido el anzuelo con gusto.

Demian suspiró, midiendo la situación. El riesgo era enorme, pero rechazar la mano tendida públicamente por la Bratva, especialmente una tan costosa, era mostrar debilidad. Y su hija, con su terquedad caótica, ya había aceptado.

—Muy bien, Señor Volkov —dijo Demian, su voz era grave—. Acepto. Pero una sola falta de respeto, un solo paso en falso, y los siete millones le parecerán una limosna.

Gabriel asintió, la tensión se rompió. Se inclinó ligeramente hacia adelante.

—Trato hecho, Señor Vieri. Y Señorita Valentina, me aseguraré de que el arte caótico que compre sea tan fascinante como la artista.

El juego había comenzado. Gabriel había entrado en el mundo de Valentina bajo la bendición (forzada) de su padre, y ella se había entregado a su control por ambición y un impulso que no podía nombrar.

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