La mañana después de la cena fue un campo de minas silencioso en la Villa Vieri. La decisión de Valentina de aceptar la condición de Gabriel Volkov había sido un acto de caos cálido que resonaba en cada rincón. Su bolso, lleno de documentos sobre la Galería Arte Caótico, se sentía inusualmente pesado, cargado con el peso de siete millones de euros y la mirada protectora, casi furiosa, de su familia.A las ocho de la mañana, Valentina se encontró con su hermano Alessandro en la cocina, bebiendo café con la furia apenas contenida que lo caracterizaba.—Te lo advierto por última vez, Valentina. Es una trampa. No toques nada, no le creas nada, y si él te toca, le vuelo la cabeza antes de que parpadee —dijo Alessandro, sin mirarla, concentrado en la taza.—Gracias por el consejo, fratello —replicó ella, su tono sarcástico disfrazando la punzada de nerviosismo—. Pero si tu preocupación es mi seguridad, deberías ir a revisar las entradas del casino, como te pidió Mama. Ya soy adulta y mi car
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