Esa mocosa insoportable necesitaba un buen baño con agua helada, a ver si así se le bajaban los humos. Mucho no podía culparla, estaba acostumbrada a eso y se le notaba en los ojos que muy feliz no era. Un poco de pena me daba, pero se ponía gritona e histérica… No había forma de hablarle bien.
—Disculpa a Isabella —dijo Massimo, pasándose una mano por el cabello—. Se crio sin una madre, a veces no sabe comportarse.
—Es una caprichosa.
—Lo sé…
—Y es tu culpa.
—Lo sé.
—Pero no es una mala niña, solo está loca.
Algo diferente había en él, quizá estaba cansado. Sí, claro, cansado de manejar el crimen organizado.
Me agaché a recoger las revistas y él también lo hizo. Me ponía los nervios de punta tenerlo tan cerca, olerle el perfume, verle las líneas de expresión, ahí, a nada de tocárselas con la punta de los dedos.
De nuevo la misma sensación, la necesidad. Mi cabeza retorcida pensando estupideces, imaginando.
La chaqueta se le abrió un poco y pude ver el mango del revólver. De madera cl