Ni siquiera golpeó. Yo estaba frente al espejo, cuidando que el vestido no tuviera una sola arruga, y él entró como si nada. Me hizo dar un salto.—Te queda bien —dijo clavándome los ojos.—¿No tocas antes de entrar?—Es mi casa —se acercó—. Y aquí vas a seguir mis reglas.Genial. Así que, si estaba depilándome en el baño, podía aparecerse cuando quisiera.No me moví. No iba a retroceder. Si no aprendía a plantarme, me pasaría por encima cada vez que quisiera. Mafioso o no, no iba a dejar que me hiciera lo que quisiera.—En público somos pareja. Te tomo la mano, sonríes. Te abrazo, te dejas. No preguntas sobre el negocio. Nunca. Lo que veas aquí, se queda aquí.Se detuvo a dos pasos. Me miró a los ojos y le sostuve la mirada. Quería intimidarme, hacerme temblar. Y lo que sentía, lo odiaba: tenía efecto sobre mí, pero no como él creía. Era un desconocido, un mafioso, un criminal de cuarta.—Entiendo.—Bien. Porque aquí, Victoria —se acercó más, tanto que los pulmones se me llenaron de
Ler mais