Becca dejó caer el teléfono sobre la cama. El silencio del apartamento la envolvió, pero en su interior todo era un estruendo desgarrador. El video seguía reproduciéndose en la pantalla, aunque ella no tenía ya fuerzas para detenerlo.
Las palabras de Camelia resonaban en su mente. Y, por primera vez, Becca sintió que esa mujer tenía razón.
Mientras tanto, en la clínica, Aurora descansaba recostada sobre Asher. Sus dedos aún enredados en los de él, como cadenas invisibles. La sonrisa en su rostro era casi imperceptible, pero en su interior, la victoria se sentía como una corriente eléctrica recorriéndola.
—¿Lo ves? —susurró contra su pecho—. Somos una familia ahora. Nada ni nadie podrá separarnos.
Asher la escuchaba, pero su mente estaba dividida, una punzada amarga le recordaba que había dejado a la mujer que amaba sola en medio de la tormenta.
A la mañana siguiente, Becca se levantó con una decisión clavada en el pecho: marcharse.
Ya no podía seguir en un lugar donde cada rincón le r