Harto del caos que lo estaba consumiendo, Asher estaba decidido a regresar a su apartamento. Ahora más que nunca necesitaba aquellos brazos que siempre lograban calmarlo.
—¡No te atrevas a cruzar esa puerta! —la voz de Camelia retumbó.
Él se giró, con la paciencia hecha trizas.
—¿Y para qué? Ya tuve suficiente de este circo. No sé qué demonios pretenden, pero hoy no me joderán más.
Sin importarle los gritos de su madre Asher salió de la habitación, camino con rapidez, subió a su auto y condujo a toda velocidad.
Al llegar, abrió la puerta del apartamento y un silencio helado lo recibió. Todo estaba demasiado quieto, demasiado ordenado… demasiado vacío. Entro a la habitación, la maleta ya no estaba. Tampoco el perfume de impregnado en el aire.
Caminó hasta la mesa, donde un papel doblado esperaba como un puñal dispuesto a atravesarlo. Lo tomó, y mientras leía, sintió que cada palabra era un golpe directo al pecho.
"…a pesar de las grietas que hay en mí, merezco ser amada… Sé que serás un