La madrugada envolvía los terrenos de la mansión Winchester en un manto de niebla fría y silenciosa. Lion se movía con la sigilosa precisión de un depredador, evitando los haces de los reflectores automatizados y los campos de sensores que él mismo había ordenado instalar. No iba vestido para los negocios, sino con ropa oscura y funcional. No llevaba una tableta con informes, sino un arma reglamentaria en una pistolera al costado y un comunicador de largo alcance. Andrés, un paso detrás, era su sombra, su lealtad inquebrantable grabada en cada línea de su rostro curtido.
Olivia los observaba desde la ventana de la biblioteca, el corazón encogido por un miedo que era tan profundo como el amor que sentía. Sabía que esta era la única manera, la única forma de arrancar la maleza venenosa del pasado para que su hijo pudiera crecer bajo el sol. Pero ver a Lion desaparecer en la niebla, hacia la parcela donde acechaba el heredero de una vendetta de décadas, le partía el alma.
Cruzaron el lím