El acuerdo de custodia, aunque razonable, se instaló como una losa de mármol en el centro de su relación. Charlotte lo firmó, confiando en la promesa de Adriano de que era solo una formalidad, pero cada vez que veía el documento en la carpeta de Harris, sentía un pequeño pellizco en el corazón. Era un recordatorio tangible de que su unión, por hermosa que se sintiera, estaba cimentada en un contrato legal.
Los roces comenzaron a surgir, pequeños y casi imperceptibles al principio, como grietas en un cristal.
—Pensé que podríamos llevar a Sophie a la guardería ‘Little Explorers’ —comentó Adriano una noche mientras veían las noticias—. Tiene una lista de espera larguísima, pero puedo conseguirle una plaza. — Charlotte dejó su taza de té en la mesa, con un golpe seco.
—¿‘Little Explorers’? Esa guardería cuesta más que mi hipoteca mensual, Adriano. Y ya he inscrito a Sophie en ‘Bright Beginnings’, cerca del museo. Es estupenda y asequible.
—No tiene por qué preocuparse por el dinero, Char