Sofía
Los cubiertos son demasiado pesados.
Los vasos demasiado claros.
Los candelabros proyectan sobre el mantel blanco sombras demasiado perfectas, como si todo el decorado conspirara para sofocar lo que siento.
Todo aquí está demasiado controlado, demasiado pulido, demasiado él, Elio, todo es a su imagen aquí. Le gusta controlar todo y se nota.
El silencio se estira. No es un silencio incómodo. No.
Es un silencio estratégico.
Un silencio donde cada latido del corazón es una confesión que nos negamos a firmar.
Él me mira.
Lo siento, incluso cuando bajo la mirada hacia mi plato. Podría describir la tensión precisa en sus hombros, la lentitud calculada de sus gestos, el ángulo con el que sostiene su tenedor, como si estuviera librando un duelo invisible.
Siento su mirada como un toque. Y me quema.
Mastico sin hambre.
El pescado está perfectamente cocido.
Pero cada bocado es una agresión. Trago sin sabor, con ese nudo en la garganta que ninguna agua disuelve.
Bebo un sorbo