Elio
El sol desciende lentamente sobre la finca, tiñendo las paredes de piedra de un oro fatigado.
Son más de las diecinueve horas.
Ella no se ha movido.
Lo sé porque todo aquí me regresa: las imágenes, los informes, los silencios. El mayordomo me dejó una nota discreta al lado de mi escritorio. Sigue en su habitación. Ha dejado de ofrecer bandejas desde el mediodía. Ni siquiera abre su puerta.
Ha cerrado su mundo. Y vive allí sin mí.
Regreso a la finca después de haber pasado la tarde revisando mis puntos de anclaje: la librería, el parque, una llamada a Hong Kong, un intercambio codificado con Milán. He resuelto dos problemas, destruido una alianza, salvado un contrato.
Pero ella… sigue siendo la única variable que no puedo comprar ni amenazar de manera efectiva.
Es lo que siempre he rechazado admitir: un punto fijo fuera de mis leyes.
Y eso me consume.
Entro en mi baño. El agua fluye caliente, como una hoja que se suaviza. Me quito la camisa, los guantes, mis certezas. Bajo la duch