Sofía
Él me levanta sin esfuerzo.
Emito un pequeño grito contra su boca, que su beso ahoga de inmediato.
Mis piernas se enroscan alrededor de su cintura.
Mis brazos alrededor de su cuello.
Y mientras camina, mientras sube las escaleras con paso firme, sin soltarme nunca, me besa. Otra vez. Otra vez.
Su boca sobre la mía, luego sobre mi mejilla, mi garganta, mi hombro desnudo.
Y mis dedos se aferran a él como si ya estuviera cayendo.
Cada escalón resuena.
Cada paso es un trueno en el silencio.
Siento las paredes rozar mi piel.
Siento su aliento, febril, contra mi clavícula.
Siento el mundo tambalearse, piedra tras piedra, deseo tras deseo.
— Tiemblas, murmura contra mi mejilla.
— Cállate, susurro, casi suplicante.
— ¿Quieres que te haga callar?
No respondo.
Lo beso de nuevo. Salvajemente. Como si mi boca fuera el único lenguaje aún válido.
Y él me abraza más fuerte.
Abre la puerta de su habitación de un golpe de hombro.
Se cierra de un portazo detrás de nosotros.
Y allí